HyoSang escribió:Aquí irán sus respuestas~~
Y como lo prometido es deuda, abajito irá el prólogo ^^

Falso y pérfido, son los adjetivos que saben cómo amoldarse a mi nombre. Un huracán que aprovecha la calma para atacar una pequeña villa en medio de la nada.
La palabra “amigo”, dejó de ser parte de mis características, y el vocablo “deshonor” marcó mi piel con la cicatriz de la traición y la huella de la hipocresía.

No te culpo. No te acuso por odiarme. Robé lo que más querías apenas me diste la espalda. Te aparté de aquello que te hacía respirar, y te impedí tocar su piel suave como el satén de nuevo. Ódiame. Ódiame tanto como yo me odio a mí mismo.

“Esto es guerra”, me susurraste aquella noche gélida en que la lucha por el orgullo, el amor y el poder comenzó entre nosotros, terminando con aquellos años en que la palabra amistad era opacada por el significado de hermandad.

Amigo, cuando esta guerra que nos destroza a los tres finalmente termine…

Sólo perdóname.

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~Capítulo 1

El mar, siempre tan fresco e inquieto, vibrante y alegre. De vez en cuando, furioso y frío. Era como ella, que nunca se limitaba a quedarse estática en un lugar, siempre en movimiento, siempre yendo y viniendo de un lado a otro, brillando bajo el sol dorado o la luz plateada de la luna… Rompiendo contra la arena, como aquellas olas espumosas que golpeaban embravecidas la costa.
Minho la observó largo rato, adorando los mechones ondulados que escapaban de su holgada coleta, siendo arrastrados vehementemente por el frío viento y la húmeda brisa salada. La adoró como Leonardo Da Vinci había adorado a la Gioconda. Dios, ella era tan hermosa… Sólo viéndola desde lejos, se sentía un hombre completo. No podía describirla con palabras, pero su corazón se encargaba de hacerlo con cada latido.

— ¿No vas a sentarte? — La suave pregunta quedó flotando en sus oídos hasta que fue capaz de recordar que debía contestar. En vez de eso, guardó silencio, mirando hacia el brumoso horizonte, apenas pintado de un pálido color ambarino, tan pálido como él, y se dejó caer sobre la arena humedecida. No se atrevió a mirarla a la cara, pero sus ojos volaron inevitablemente hacia la sortija plateada que ostentaba un descomunal diamante solitario, aquél que la joven sentada junto a él despreocupadamente llevaba aferrado al dedo.
Su estómago se revolvió furioso, y apenas pudo controlar el impulso de arrancárselo y arrojarlo al mar infinito para no volver a verlo nunca. Odiaba aquél anillo. Odiaba lo que significaba: Que ella jamás podría ser suya. Que era una mujer ajena, prohibida… Que jamás podría besar su frente, tomar su mano… O hacerle el amor cada noche. Todo lo que había soñado desde que la había conocido aquél remoto día de verano, en aquella eterna playa de su corazón cuando apenas eran niños, se quedaría en sólo eso: Un sueño. Un hermoso e imposible sueño.

Echó un suspiro iracundo, disfrazándolo con cansancio o fastidio, cualquiera de las dos máscaras daba igual, y volvió su vista hacia el mar que reflejaba su frustración delante de él, castigando con sus látigos blancos a la quieta arena.

— ¿Cuándo es la boda? —La pregunta desinteresada en simple apariencia escapó inevitablemente de sus labios e hizo que Bella posara sus hermosos ojos marrones, abiertos como platos, en su perfil. Estaba escudriñándolo descolocada cuando él giró el rostro para verla. Era tan hermosa para él, que el simple hecho de verla le dolía. No podía dejar de pensarlo, y seguramente lo haría durante el resto de su solitaria vida: Bella era hermosa.

—En tres semanas —Respondió ella finalmente, ocultando rápidamente aquella argolla con los dedos de su otra mano, como si le avergonzara llevarla consigo, y más aún, que él se hubiera percatado de ello. ¿Y cómo no hacerlo? Jinki era excelente para denotar cuando una cosa le pertenecía, y seguramente había querido dejar fuera de dudas que aquella mujer era suya… Era él quien estaría en su corazón el resto de su vida, y el único que podría besarla en cada minuto del día. El sólo hecho de pensarlo hacía que le hirviera la sangre con furiosa rapidez. Cada vez que lo pensaba, y recordaba su realidad, no podía ocultar su ira y mucho menos controlar sus acciones.

— ¿Lo amas? —Inquirió secamente, sin importarle sonar reacio, duro y demasiado directo. Quería una respuesta clara, una respuesta que no lo dejara con palabras en la boca. Una respuesta concisa. “Sí” o “No”. “Blanco” o “Negro”, nada a medias tintas. Y entonces, ella boqueó como un pececito, totalmente asombrada por la impasible pregunta que él le estaba haciendo decididamente.

— ¡Oppa! —Exclamó sonrojada hasta las orejas, mirándolo con las cejas alzadas y los ojos atemorizados. Era obvio que no se había esperado tal pregunta, y a Minho le encantó el hecho de haberla pillado por sorpresa —No… No es algo que puedas preguntar a la ligera, yo… —Aquél acento cantadito y extranjero cuando hablaba coreano siempre le había maravillado, pero lejos de sucumbir a su dulce voz, la miró con dureza, enterrando sus dedos helados en los hombros femeninos, obligándola a mirarlo, y la sacudió un par de veces con escasa delicadeza. Minho estaba desesperado por saber la verdad. ¿A quién amaba ella? Porque cuando estaba Jinki en el mismo lugar actuaba de una manera, y cuando miraba sus ojos, estos decían otra cosa distinta.

—Contéstame, ¿Lo amas, sientes por él lo mismo que sientes por mí? —Le exigió saber bruscamente, consiguiendo que Bella soltara un angustioso gemido y luchara por ponerse en pie, escandalizada por su comportamiento. Su pequeño cuerpo fue prácticamente jalado hacia arriba cuando Minho le ganó en velocidad, irguiéndose sobre su metro ochenta y cinco sobre la arena acuosa, arrastrándola con él y pegando sus antebrazos a su propio pecho, encarcelándola a su cuerpo.

— ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué eres así? —Sollozó Bella, buscando desesperadamente la manera de zafarse de su poderoso agarre —. No es correcto, tú y yo sabemos…

—Tú y yo sabemos que esto es amor. ¡Al diablo con todo, al diablo con lo que digan, al diablo con Jinki! Bella… —La tomó por las mejillas, interrumpiéndola, haciendo que lo mirara a los ojos con desespero. Aún cuando ella trataba de evitar su mirada, él sabía perfectamente… él quería aferrarse a la idea de que también lo quería tanto como la quería a ella—. Estos últimos cinco años sin ti… No puedes ni imaginar todo lo que te eché de menos.

Y la besó. Ardientemente. Con toda la pasión de aquel amor enloquecedor que le había ocultado por tantos años, y que en el peor momento había decidido explotar. Aún cuando sabía que estaba comprometida con su mejor amigo… No podía callarlo más. No podía seguir viviendo, fingiendo que no sentía aquél amor que lo desquiciaba a cada segundo, amenazando con arrancarle el poco corazón que le quedaba.

Una semana antes…

Isabella estaba de pie junto al jaguar color negro, con su bonito vestido de algodón color lila revoloteando por el ligero viento de la tarde. Se pasó una mano nerviosilla por el cuello, sintiendo que su corazón podría escapársele en cualquier momento. Santo Dios. ¿Por qué de repente quería salir corriendo y cruzar a nado el mar del Japón?
Ella no era una persona que se alterara fácilmente… Por supuesto que no. Y mucho menos solía salir huyendo apenas sentía que las paredes empezaban a cerrarse. Entonces, ¿Por qué su corazón se había detenido durante varios segundos y ahora empezaba a amenazarla con salírsele del pecho apenas había escuchado aquella noticia por la mañana?
“Nuestro querido Minho-gun llegará mañana por la mañana, ¿No es eso maravilloso?”, le había dicho su madre durante el almuerzo, dejándola boquiabierta con la comida a medio camino de sus labios.
Desde entonces se había mantenido en un estado inusual de excitación. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Veinte? ¿Cincuenta? ¿Cien? Parecía que fuera así, pero sólo había una diferencia de cinco años desde la última vez que lo viera, aunque su corazón sintiera que había pasado un siglo desde ese momento.

— ¡Bella! —La llamó Jinki desde la puerta del impetuoso edificio de MH Entertainment, sacándola de su complejo estado de ensimismamiento. Bella se humedeció sus labios resecos y quebrados, y su pulso se sacudió cuando se acercó hasta las puertas de cristal, y estas se abrieron para permitirle llegar hasta… hasta su prometido.
Jinki le dedicó una amplia sonrisa que hizo que sus rasgados ojos alargados se empequeñecieran alegremente. Bella se vio forzada a contestársela.

Era una mala persona. Era una muy mala persona, y merecía irse al infierno cuando sus días llegaran a su inevitable fin. Tenía frente a ella a su futuro esposo, a su mejor amigo, aquél que hacía años la había levantado con las rodillas raspadas tantas veces, y la llevaba en su espalda cuando se quedaba dormida en la playa, jugando con él… Y sin embargo, lo único que inundaba su cabeza en ese momento, a quien iban dedicados todos sus pensamientos en ese instante… Era Choi Minho.
Su otro mejor amigo, el que la aferraba a su cuerpo para consolarla cuando algo lograba lastimarla. El que corría a defenderla a capa y espada cuando alguna compañera, celosa por sus rasgos extranjeros, intentaba hacerle maldades en el colegio.

Aunque amaba intensamente a Jinki… No podría comparar aquél amor con el que había sentido en algún momento por Minho. Se trataba de dos maneras de amar completamente distintas… Y ella, muy a su pesar, lo sabía.
Jinki siempre sería… Su hermano. Y Minho siempre sería… Simplemente sería Minho.

— ¿Sucede algo? —Le preguntó Jinki tomándola por los hombros, percatándose de su adusta expresión. A Bella le habría gustado ser menos transparente con él.

—Nada, oppa… ¿Tienes un momento, estás demasiado ocupado? —Le preguntó una vez se adentraron en el pasillo solitario que llevaba hacia el despacho de Jinki, en la mejor zona del edificio. Bella esperó su respuesta con ansiedad mientras entraban a la enorme habitación forrada de lujo. Un lujo a la que ambos estaban más que acostumbrados.

—Sabes que nunca estoy ocupado para ti, pequeña. Por cierto, ¿Has hablado con tu madre? —Inquirió risueño, dejándose caer como un niño pequeño sobre el sofá de piel color perla. Bella sofocó un pequeño suspiro y se dejó caer junto a él, sintiendo como ese enorme peso de pretender era retirado de sus hombros. Aun a pesar de que las cosas habían cambiado desde que Jinki la había presentado como su prometida, en la privacidad, seguía tratándola como a una niña.

—Sí… —Murmuró con el rostro desencajado—. ¿Es verdad que Minho oppa regresa mañana? —Y de nuevo los latidos acelerados cuando pronunció su nombre. Tenía que ser sincera. Lo había extrañado con locura todo aquél tiempo. A cada minuto. Pero también habría extrañado demasiado a Jinki si el caso hubiese sido diferente.

Cuando tenía quince años y Minho le había dicho que se iba a estudiar al extranjero, se había derrumbado. Puesto que de estudiar Minho nunca se cansaría, no había determinado una fecha, un mes o un año aproximado para su regreso. Aquellos años fueron como una angustiosa agonía para ella, tan sólo hablando de vez en cuando con él por teléfono, o comunicándose a la antigua usanza: Correspondencia.
Jinki había ocupado el sitio de Minho cuando más lo necesitaba, y lo hacía bien. Le brindaba calidez, protección y fuerza. Pero no siempre en la cantidad que ella demandaba.

—Eso estaba por comentarte. Nuestro Minho-gun estará de regreso en casa, ¿Estás sorprendida? ¿No te avisó él?

No. Definitivamente, de él no se enteró.

—Me lo dijo mi madre mientras almorzábamos… —Contestó distraídamente, con la cabeza llena de dudas, ansiando respuestas. ¿Por qué no la había llamado él mismo? ¿Por qué tuvo que haberse enterado por boca de otra persona? Aún cuando no hablaban casi nunca, ¿No se suponía que eran amigos? ¿Por qué no se había tomado la molestia de haberle dicho?

— ¡Ah! —Exclamó Jinki, estirando su largo y esbelto cuerpo sobre el mullido sofá, haciendo que el cuero rechinara bajo de él. Sonido que la sacó bruscamente de las profundidades de su mente —. Iremos a darle la bienvenida al aeropuerto, ¿Quieres acompañarme, Bella-sshi? —. De repente estaba hablándole de una manera muy formal, y quiso saber por qué. Jinki se irguió sentado sobre el asiento, y la miró con una expresión neutra en su apuesto rostro.

Bella lo observó detenidamente. Aún a pesar de que no lo veía de esa forma, Jinki era hermoso. Con sus rasgos típicamente coreanos, la primera vez que alguien lo viera no causaría un gran revuelo. Sus ojos alargados y rasgados, hundidos en su perfilado rostro ovalado y los pómulos altos a ambos lados de su nariz, grande y ligeramente torcida. Única.
Los labios increíblemente gruesos, con sus dobleces en la capa superior, y la boca pequeña. El cabello lacio y largo, con un juvenil fleco cayéndole sobre la frente hacia el lado derecho, y su cuello esbelto y extenso… Aun a pesar de eso, a Bella le parecía uno de los hombres más apuestos del mundo.
Y el cambio llegaba cuando sonreía. Lo que lo hacía resaltar de entre el resto de los hombres de Corea. Cuando sonreía, todos sus rasgos se suavizaban el doble, y tenía la capacidad de contagiar esa alegría que poseía desde su nacimiento. Y su risa… Tan suave y sutil, que incluso oírla, hacía que los demás se rieran con él. No era escandalosa, era pujada y quedita, como si tratara de sofocarla. De vez en cuando se volvía aguda y sonora, pero en absoluto exagerada.

— ¿Bella? ¿Estás escuchándome? «¿Hola…?» —Canturreó en español, con un tono burlón, sacándola nuevamente de sus pensamientos, aquellos que, por primera vez en mucho tiempo, estaban siendo dirigidos a él. Cuando Bella parpadeó desconcertada, con él mirándola tiernamente a los ojos para llamar su atención, arrugó la nariz y echó los hombros hacia atrás, pretendiendo estar bien, guardando la compostura de la manera en que le habían enseñado desde que era más joven y empezaba a hacerse una idea de lo cruel y despiadada que podía ser la alta sociedad coreana.

—Sí, estoy escuchándote… ―Musitó suavemente, rogando al cielo para que Jinki no se hubiera dado cuenta de que en realidad no estaba prestándole atención.

— ¿Ah, sí? Entonces, vayamos a montar unicornios de papel—Exclamó Jinki saliendo con un salto del sofá, extendiéndole la mano para que ella la tomara apenas se hubo puesto de pie, con su imponente estatura extendida frente a ella. Bella lo miró como si de repente le hubieran salido antenas de la cabeza y se le hubieran puesto los ojos blancos. Sus arranques infantiles se habían ido hacía unos cuantos años… ¿O no? —. ¡Rápido, rápido!

— ¿A montar unicornios de papel? —Inquirió Bella con los ojos abiertos como platos, tomando su mano dubitativa, preguntándose de qué hablaba. ¿Por qué de repente se había vuelto loco? No estaba hablando en serio, ¿O sí? ¿De dónde conseguiría unicornios de papel, uh?

—Con que estabas escuchándome, ¿No? ―Reprendió entonces Jinki con una dulce mirada que fingía enfado, aunque en realidad nunca en su vida lo había visto enojado.

Entonces, Bella lo comprendió todo. Y como si aún fueran un par de adolescentes con una manía por llevarse pesado, le dedicó un firme puñetazo en el hombro, que si bien no le causó ni el más mínimo dolor, lo hizo dar un salto hacia atrás por la sorpresa. ¡Siempre le jugaba ese tipo de bromas! Desde que Bella tenía uso de razón, Jinki siempre le había tomado el pelo, aprovechándose de su constante distracción. Aunque a decir verdad, ahora había logrado hacerla reír… Y despejar un segundo su mente. Gracias, Jinki oppa… Pensó con una sonrisa trémula en los labios. Habían sido momentos confusos, pero aquella sonrisa tierna que él siempre le dedicaba, lograba tranquilizarla.

—Te decía que si querías acompañarme a darle la bienvenida a Minho al aeropuerto mañana —Bella se quedó petrificada en su lugar, y aunque no había prestado la suficiente atención cuando Jinki lo había dicho la primera vez, ahora aquellas palabras le caían como chorros de agua helada sobre el cuerpo desnudo. Sintió su corazón brincarle al cuello, y se llevó una de sus manos, que antes tomaba la de Jinki, hasta el pecho, sintiendo como este amenazaba con escapar de ahí y explotar entre sus manos.
No supo si quería ir o no. Si iba… ¿Qué le diría? Seguramente él se habría olvidado de ella. Cinco años eran demasiado tiempo, y más cuando él había estado tan lejos… Cinco años significaban una eternidad cuando se trataba de él.

—Yo… Yo pienso que no podré, tengo compromisos —Mintió. Por supuesto que mintió— Tengo que dirigir una reunión por la mañana, y encontrarme con los nuevos coordinadores al medio día… —Ni siquiera notó que estaba balbuceando, pero continuó hablando, inventando actividades durante todo el día que, si bien tenía, podían ser reprogramadas, pues estas no eran demasiado relevantes y podrían ser realizadas por sus subordinados.

Jinki lo sabía a la perfección, pero no dijo más. No volvió a tocar el tema, y tampoco insistió en llevarla consigo. Quizás Bella creía que no se daría cuenta, pero Jinki la había visto nacer, y no había nada, absolutamente nada, que ella pudiera ocultarle… La conocía como a la palma de su propia mano, o incluso mejor; por lo que simplemente sonrió como solía sonreírle, como si no estuviera al tanto de cada respiración y reacción suya.

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