Canción (es opcional oirla mientras leen):

A DARK SEA

Arena gentil, tus dedos delgados y fríos, oh se sienten tan bien en mi mejilla.

Por favor, no te detengas, aunque las estrellas caigan una a una, sólo, no te detengas.

Mira, las nubes han sido amables y despejan la bella luna azul.

¿Puedes verla? Redonda, infinita y graciosa con el rey conejo como único aliado.

Mi amor, no te preocupes esta noche. Las olas reventarán eternamente para que puedas dormir.

Tu cuerpo, tu maravilloso cuerpo, puedo sostenerlo con seguridad entre mis brazos mientras tus mechones de oro provocan cosquillas en mí, como dices, respingada nariz.

Que primorosa sonrisa tienes. Te lo diría pero me he quedado mudo; cuánto lo siento.

¿Hueles la sal? No es el mar, amor mío, no lo es. Perdóname, pero no puedo evitarlo.

No me mires, te lo ruego. Prometí no mojar tu aduraznada piel y sacarte carcajadas limpias a diario, pero ni uno ni otro puedo cumplir ahora, no cuando tus preciosos ojos se han clavado en los míos ya muertos de pura anticipación y la vergüenza ante mí falta, no puede ser mayor.

Si tú supieras, si olieras un poco mí sangre, notarías lo descompuesto que me pone el verte, pero no debo imitarte porque no ha llegado el momento.

Tiemblas. No temas, soy yo el que sufrirá más con esto.

Acerco mi rostro al tuyo y deposito en tus labios el beso número mil de este día, porque ya sabía. Ambos lo sabíamos y decidimos contar la suavidad de mis “Te amo” y tus “No me olvides”.

¿Puedes sentirlo? el dolor se refleja en tus pupilas bailarinas; ¿ha llegado el momento? Oh amor, me destrozas, pero no dejo de observarte. Toma otro trozo de mí, te lo pido, no quiero tener nada encima de mí, quítamelo todo, te lo regalo, te lo entrego, vacíame para no enloquecer.

Tus rodillas flaquean aunque te sujeto y caemos juntos.

Tratas de limpiar mis lágrimas. Discúlpame, me ordenaste no llorar por ti, ni por lo que te apartará de mi lado y heme aquí, desobedeciéndote porque me cala la garganta y quiero gritar, pero no deseo asustarte, ni transgredir más tu decreto.

Me siento sucio puesto que el brillo que luces ahora, resalta mí inmundicia más de la cuenta. A pesar de tu piel pálida y tus marcados huesos, resplandeces hermoso. No pongas esa cara mi vida, que contemplo tu semblante con toda el alma.

Continúas en tu labor de enjugar mi aspecto. Déjalo ya amor, no uses tu boca para acariciar mis húmedas mejillas. Por favor, no seas tú el que deba consolarme; por favor detente, que haces tu trabajo aun más difícil; por favor, que me desquebrajas cual hoja seca.

No solloces mi nombre, es más dulce que la brisa y más pesado que las rocas, saliendo así tan descompuesto; no me hagas odiar algo superior tan pronto.

“Te amo”

Lo escucho y lo emito, al mismo tiempo. Pensamos igual y me haces sonreír a pesar de todo.

Tus cansados ojos se cierran de a poco, por milímetro, y pongo atención sin respirar, hasta que tus latidos cesan.

Te vi partir mientras reía por nuestra última curiosidad como pareja.

Y la luna, la arena y el mar siguen inmutables. Nada ha cambiado, excepto yo.

Porque fui testigo de ti.

Perdóname cariño, te juré siquiera pensarlo pero de mi cordura, así como de tu cuerpo, no queda nada y, lamento informarte, he decidido pintar de rojo la tina que te encantaba fuera celeste.

Pero será un color abatible y antes de que te enfades, asiré tu mano de nuevo.

Ya verás, todo estará bien.