SEGUNDA PARTE

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― ¿A dónde carajos vas? ―Jonghyun vociferó cuando Minho se alejó de él y de su novio al entrar al oscuro lugar. Aunque Minho antes hubiera jurado y perjurado nunca volver a aquél lugar, resultaba irónico el hecho de que ahora se moría por entrar. Claro que nunca lo aceptaría en voz alta, aunque sus hyungs lo habían notado de inmediato. Deberían estarse imaginando que algo había pasado. Y no “algo” común y corriente. Algo realmente grande, algo que incitara el interés y curiosidad de Minho…
No era usual en él, pero tenía que verla otra vez… Asegurarse con sus propios ojos que aquella hija de Afrodita era real, de carne y hueso, y no un mero sueño erótico o una sensual ilusión causada por el alcohol que había ingerido –aunque no había bebido casi nada, en realidad-.

Aguantar las burlas de sus hyungs especiales no había sido la tarea más difícil, sino esperar una semana entera para volver a verla… Y más aún, lidiar con aquello dentro de sus pantalones.

No es que fuera un completo depravado sexual, no, por supuesto que no. Dios sabía que era la primera vez que le sucedía algo como eso con una completa desconocida. Pero desde aquel sábado por la noche, cierto amigo despertaba constantemente en las madrugadas pidiendo atención después de sueños inquietantes.

Al menos dormido, lograba tenerla y hacerle pagar por llamar su atención de manera tan violenta. Se sentía como un completo estúpido al obsesionarse de aquella manera, se sentía como un total pervertido al excitarse con el mero recuerdo del vaivén de sus caderas, pero nada podía a hacer. Nada.
Ni siquiera sabía su nombre, pero en sus sueños parecía gritarlo mientras se rendía ante ella. No podía recordarlo, tampoco era como si pudiera escucharse a sí mismo. Despertaba en la madrugada, con la frente perlada por el sudor y la sangre bombeándole por el cuerpo con una prisa inhumana, incapaz de recordar cualquier sonido que se reprodujera durante sus sueños. Tan sólo memorizaba su rostro, con el largo y ondulado cabello negro pegado a las mejillas, los ojos entreabiertos y los labios rojos e hinchados por los besos que en su mente le había dado. “Por favor”. Parecía rogarle con el movimiento de su boca. ¿Más?, nada.

Minho se dirigió a la barra con paso lento, mirando hacia todos lados, cuidándose las espaldas, pues el recuerdo de aquella primera vez en el lugar antes de que la viera también estaba grabado en su mente.

“Tocan mi trasero, y dense por muertos”, gruñía en su interior, mirando con altivez a los chicos que se atrevían a verlo con ojos lujuriosos. No eran esos ojos con los que quería encontrarse. No importaba cuánto deseo cargaran en ellos, no quería nada de eso. Se apoyó en un codo sobre la barra que brillaba bajo las tenues luces del local. Nada había cambiado en apariencia. Era como si nunca se hubiera ido de ahí. Aunque aquella noche, ella se había despedido de él con una coqueta sonrisa, moviendo ligeramente la mano, con una elegancia propia de la realeza británica, y se había marchado después de bailar con él.

No podía sacársela de la cabeza, por más que lo intentara. ¡Tenía otras cosas en qué concentrarse, y sin embargo sólo aparecía ella entre sus pensamientos cotidianos! Esa chica debería saber que él ya estaba por salir de la universidad, y que no tenía derecho a estropearle tanto las neuronas. ¿Pero de qué serviría? Si seguiría deseándola, lo supiera o no. Aquella mujercita se estaba colando rápidamente entre su coherencia y su locura, haciendo que los hilos de los cuales pendía cada una, estuvieran a punto de romperse. ¿Y cómo no? Si toda ella le parecía una tentación desquiciante.

―Te dije que querrías regresar, ¿O no? ―La burlona voz de Jonghyun junto a él consiguió ponerlo de mal humor, por alguna u otra razón. ¿Tenía que recordárselo? No importó cuántas veces se lo dijera durante el camino a casa, cuando la pareja lo había puesto como conductor designado –pues ellos vaya que se habían dado vida bebiendo, tanto que Minho aún se preguntaba cómo fue que sus hígados no explotaron esa noche-, Jonghyun siempre lo ignoraba cuando le decía que era por una chica que se había quedado casi una hora en el local. No confiaban en su palabra. Aunque, por supuesto, él tampoco confiaría mucho en la de ellos.

“Por supuesto. Claro, te creo” Se había mofado KiBum, recibiendo una ruda invitación a dar un paseo turístico dentro de las heces de algún individuo por parte del menor, en consecuencia. “Vete a la mierda”, había sido la respuesta de Minho en resumidas cuentas. Y Jonghyun había empezado a sospechar que esa era la frase favorita del pelinegro. Y la manera en que Key mejor recibía su “afecto”.

―Ya te dije que no estoy aquí por eso ―Suspiró Minho, con un deje de fastidio, cansado de lidiar durante toda la semana con aquella estúpida cuestión. Se inclinó hacia la barra, haciendo caso omiso de las risotadas que soltaba el mayor por encima de la estruendosa música dance, y se concentró nuevamente en las decenas de botellas que estaban ordenadas por etiqueta al otro lado de la barra ―. ¿Vas a pedir algo? ―Preguntó con indiferencia. Más por hacer conversación que por interés. No tenía muchas ganas de quedarse solo en aquél lugar otra vez.

―Oh, no. Esta noche no hay nada para nosotros ―Anunció Jonghyun con una escueta sonrisa, mirando a su novio que se aproximaba a él con una botella de agua mineral en las manos, caminando como un modelo en alfombra roja. Minho sólo atinó a rodar los ojos. Por muy su mejor amigo que fuera, a veces encontraba graciosa -y ridícula- aquella actitud de “diva” que Key podía exteriorizar ―. El sábado pasado fue un infierno, tuvimos que limpiar exhaustivamente la casa al día siguiente… Con todo y resaca.

Pobres ellos, pensó Minho. Cuando Key rebasaba el doble de su límite, era natural que empezara a devolver lo ingerido. Por eso Minho siempre cuidaba de lo que su hyung bebía y cuánto. “No es bonito limpiar sus vómitos”, recordó y sintió algo de pena por los dos hombres. Y de repente notó que miraban atentamente hacia cierto punto detrás de él.

―Oh… ―Musitó KiBum, apenas haciéndose audible para los otros dos chicos― ¿Qué hace ella sola aquí? No veo por ningún lado a Taemin.

Entonces, Minho giró su cuerpo completamente, como atraído por un imán, y se encontró de nuevo con aquellos enormes ojos. Esta vez no iban maquillados en tonos oscuros, y por alguna razón, se veían más grandes y brillantes que antes.
Las piernas le flaquearon, ni siquiera había mirado la forma en que iba vestida. Sus ojos se habían quedado clavados en aquellos profundos mares de oscuridad. Aquellos irises tan grandes y llamativos que lo hacían incapaz de apartar su vista de ellos.

― ¡Oppa! ―La chica sonrió entre las sombras del local y las luces intermitentes, acercándose hasta ellos, y la mirada de Minho la siguió automáticamente. No quería perderse ni un detalle, y se quedó congelado cuando la vio detenerse delante de ellos tres.

Su largo cabello ondulado se sacudió cuando hizo una pequeña reverencia, y Minho se percató entonces de lo diferente que lucía en esta ocasión:

Los pantaloncillos cortos de color azul, esos que le habían quitado la respiración por la forma en que envolvían el firme y redondo trasero femenino, habían sido reemplazados por unos oscuros más cortos aún, sin embargo, sus largas y esbeltas piernas estaban enfundadas en un par de medias de encaje negro, que seguramente se aferraban a su perfecta cadera cincelada.

Los pies envueltos en botines de tacón, increíblemente altos, le hacían ver más sinuosa que el sábado pasado, y su vientre, perfectamente liso, iba al descubierto desde el ombligo, con las orillas triangulares de un blusón blanco, cómodo y holgado, bailándole cerca de las caderas. Sus pechos se erguían debajo de la tela como dos pequeños montículos de carne, perfectamente firmes y sedosos.

La apariencia era diferente, el sentimiento era el mismo. Hacía una semana se había contoneado delante de él envuelta en ropas ceñidas y delicadas, y esta combinación de ropas holgadas en el torso y ceñidas en las piernas, sin hablar del matiz blanco y negro, le otorgaban un aspecto de chica rebelde, deliciosamente salvaje. Lista para ir a un concierto de rock en cualquier segundo.

Condenadamente sexy. Estaba a punto de babear a caudales debido a su hermosa apariencia. No era normal en él. Carajo… Nunca se dejaba ver tan embobado por una mujer, por más que atrajera su atención.

―Oye, ¿Qué haces aquí sola? ¿Taemin no vino contigo? ―La repentina pregunta en voz alta de Key lo sacó de su ensimismamiento, pero sólo para sumergirlo en un estado de ensoñación aún peor. La chica sonrió ampliamente, mostrando sus perfectos dientes blancos, con las comisuras de los labios tan pronunciadas que le empequeñecían aquellos hermosos ojos oscuros. Misteriosos y oscuros, que repentinamente se volvían casi alegres y soñadores.

―Sí, sí vino. Sólo que… Fue a recostarse un poco ―Murmuró la chica acariciando con uno de sus largos y esbeltos dedos la curva de su mejilla, como si… actuara con timidez. Después agachó la cabeza, haciendo que sus ondas rebeldes nuevamente saltaran a cubrirle el rostro. Minho tragó saliva, apenas conteniéndose para estirar el brazo y tocar aquél brillante y sedoso cabello, y seguir el rastro de calidez que aquél dedo había dejado sobre su mejilla… Con la lengua. Lo que fuera que aquella mujer estaba haciéndole… Así fuera un embrujo, no importaba… Estaba volviéndolo completamente loco de sed y avaricia por ella.

―Claro… Recostarse… ―Musitó KiBum sonriendo maliciosamente, como si supiera que aquella explicación por parte de la chica sólo había sido una excusa barata dada por su bonito amigo de cabellos rubios―. Kai, hijo de perra… ―La sonrisa torcida y poco complaciente del felino que tenía a menos de un metro de hizo socarrona, casi obvia. La chica ladeó la cabeza, cual cachorrito curioso, y volvió a pronunciar el exótico nombre con tal tono que Minho tuvo que darse media vuelta para evitar mirar cómo sus labios gruesos se fruncían debido la inocente ternura que había empleado. Estaba actuando… Estaba siendo completamente diferente a cómo iba vestida. Minho no podía creérselo. Era como un ser atrapado en el cuerpo de otro.

― ¡Oh! ―Exclamó la chica repentinamente, cuando Minho controló sus atestados nervios y se giró nuevamente hacia la espalda de Key, haciendo acto de presencia ante los distraídos ojos de la hermosa chica―. ¡Regresaste! ¡Daebak!

Minho se quedó petrificado en su sitio cuando la joven rodeó a KiBum para llegar hasta él, colocarse cara a cara, y ponerse de puntitas para rodear su cuello con sus esbeltos y sedosos brazos y así alcanzar a besarle la mejilla.

Así. Un ligero roce. Un imperceptible tacto. Un esporádico rastro caliente de aquellos abultados labios rojos contra su piel húmeda, debido al fuerte bochorno que ella le provocaba con sólo aparecer frente a sus ojos. Eso fue todo lo que necesitó para sentir que sus piernas se volvían de gelatina, y cierta parte de su anatomía quería convertirse en mármol.

Sus pechos se habían amoldado por un segundo a la parte baja de su torso, pero tan rápido como se había acercado a él, también se alejó. Sin embargo, la suavidad y firmeza de estos se quedó grabada contra su piel. Acalorado, se llevó el dorso de la mano a los labios y fingió toser, por la incomodidad de quererla y no tenerla. Deseaba llevársela a algún sitio oscuro y solitario, y devorársela. Eso era lo que le pedía a gritos aquél lado irracional e impulsivo de él. Pero… Por otro lado, sentía que era un completo pervertido. Ahora se sentía así. Cuando la veía sonreír con los ojos igual que una niña.

“Pero acarició tu pecho con sus senos, igual que una amazona seductora…”

Sacudió la cabeza mentalmente, y le sonrió a la chica que tenía en frente. Era tan hermosa… Joder, no paraba de repetirlo, pero en verdad que lo era. Verla era como recibir un millar de bofetadas. Tenía el poder de doblegarle, y endurecerlo por completo. Con una mirada…

―Veo que te gustó venir la semana pasada. ¿Te sentiste cómodo? ―Le preguntó ella entonces, y de repente, ambos se habían olvidado por completo de la pareja que los miraba perplejos, siendo público absorto de tal cálido saludo. Ni Minho ni ella solían ser tan efusivos al saludar.

―No tienes idea, gracias ―Susurró Minho, siendo capaz de soltarse un poco de aquella torpeza recién estrenada, e inclinándose hasta ella, para hablar en su oído. Escuchó una risita ahogada por parte de la joven, y se irguió nuevamente. Mirándola, recorriéndola, adorándola. Ella debía ser suya… tarde o temprano. Pero ansiaba que fuera temprano.

Cuando volvió a ver su rostro, aquellos irises oscuros se clavaron en sus ojos con rapidez. Minho sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y su mirada estaba retenida en aquellos orbes preciosos. El tiempo se ralentizó para él, sólo estaba ella ante él, mirándolo fijamente, con una escueta sonrisa en los labios entreabiertos, que dejaba ver apenas sus dientes blancos.
Aquellos labios… Gruesos, tersos y rojos… tan provocativos que iba a volverse loco si no los besaba pronto. Toda ella era una tentación andando. Una tortura para él.

Se acercó un paso hasta ella, sin dejar de mirarla fijo a los ojos… Y entonces la perdió. Aquella conexión que tanto tiempo le había costado establecer se vio rota cuando la muchacha giró el rostro hacia alguna parte del local, para mirar a alguna persona que seguramente le había llamado.

—¡Oppa! —Vociferó la chica contestando rápidamente, alejándose dos pasos de él. Minho no pudo ni siquiera tomarla del brazo para impedírselo. Entonces volvió su vista hacia él, sonrió ligeramente y dijo con voz suave—: Tengo que irme.

Así. Minho ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, de preguntarle su nombre o retenerla a su lado. Se había marchado con el chico de cabellos rubios nuevamente.
Minho maldijo por lo bajo, y entonces miró a la pareja que seguía mirándolo con los ojos abiertos de par en par, sin parpadear si quiera.

—¿Y ustedes qué carajo quieren? —Espetó repentinamente malhumorado, y se giró para darles la espalda, ignorando por completo las inhalaciones exageradas y ofendidas de Key y las carcajadas burlonas de Jonghyun.
¡Malditos fuera, ellos tenían la culpa de todo!



—Ya te he dicho que no —La voz de JinKi seguía hablando sin cesar a través de la línea. Minho miró su reloj de pulsera un segundo, después de detenerse en un semáforo rojo. Echó un suspiro al aire y esperó pacientemente por dos cosas: Que JinKi se callara, y que la luz verde apareciera angelicalmente ante sus ojos.

No sabía qué era más estresante, si el calor y el tráfico, o su hyung volviéndose completamente loco por teléfono y encima, volviéndolo loco a él. Minho se reacomodó el manos-libres antes de volver a poner en marcha el Kia Cadenza que conducía, aquella hermosura en color blanco que se había ganado apenas unos meses atrás en una competencia de atletismo en la universidad.

—¡Es que no sé dónde se quedó! ¿Tú la viste? ¡Era una caja completa de nuggets de pollo! ¡Ni siquiera era pequeña, no puede perderse sola!

Definitivamente, la caja había recibido ayuda de JinKi para perderse, pero Minho guardó silencio avanzando por las calles de Seúl. Agradeció al cielo que fueran las diez de la mañana. Al medio día, aquellas mismas calles eran el infierno. Y aun así, había demasiado tráfico a esa hora.

—Hyung, debo colgar, estoy al volante y me van a joder otra vez con una multa si me ve un tránsito, hablamos cuando se te baje la histeria, ¿vale? ¡Adiós! —Antes de que JinKi pudiera decir algo, Minho alargó el brazo y cortó la llamada. Se sacó el manos-libres de la oreja y condujo en dirección a su apartamento, ubicado en una de las mejores zonas de Seúl. Aun cuando conducía, no podía dejar de pensar en aquél encuentro hacía tres días, en el club.

“¡Regresaste!”, aquella alegre voz no se parecía en nada al tono seductor y rasposo que había utilizado una semana antes. Y pesar de que la había visto actuar de forma alegre, de todos modos le gustaba. Y mierda, vaya que le gustaba demasiado. Aquella mujer… No, no era una mujer. Era una especie de bruja. Una bruja desconocida que tenía el poder de hechizarlo y volverlo loco con sólo una mirada. Sólo ella. Esa chica era la única persona que tenía ese poder.

— ¿Cuándo volveré a verla? —Habló sin pensar en la soledad del automóvil, rompiendo el silencio. Continuó conduciendo menos de un minuto, y aparcó frente al enorme edificio de apartamentos. El estacionamiento estaba en remodelación… Nada cómodo, por supuesto. Aquella belleza de auto no merecía quedarse fuera, a la intemperie, pero no tenía de otra. Se colocó las gafas de sol y se apeó del carro con una elegancia que sabía que poseía, y que a más de una mujer hacía que volteara a verle. Sí, él lo sabía. Después de todo, era Choi Minho. Líder en los deportes, con su gran metro ochenta y cinco de altura, y aquél rostro que muchas describían como “angelical”. En un principio no se lo creía, pero se había empezado a acostumbrar, sobre todo cuando experimentó por primera vez que una mujer cayera con tan sólo sonreírle y hablarle al oído.

Entonces una idea poco común le oscureció los grandes ojos.

“Ella no cayó”.

Aun cuando le habló al oído y le obsequió la sonrisa más cargada de deseo que había dado jamás, la chica se había limitado a reír… Y a irse. Minho se detuvo a mitad de la acera, y ni siquiera la importó que un grupo de chicas pasara junto a él, mirándolo descaradamente, recorriendo sus ropas oscuras y su porte de modelo. Hacía unas semanas, habría vuelto sus ojos hacia ellas y sonreído coquetamente… Hoy simplemente fruncía el ceño con ella en mente, preguntándose por qué había pasado de él con tan impertinente facilidad.

“Déjame recordarte, estúpido, que te conoció en un club gay”.

¡Por supuesto, qué imbécil era! Aunque su rostro volvió a su seriedad habitual, no recobró la sonrisa. ¡Maldita sea, ella pensaba que era gay! ¡Y encima lo había visto con la pareja homosexual más desbocada de todo Seúl! ¡Mierda, mierda, mierda, mierda!

Lanzó un airado “aish” en voz alta mientras dejaba caer ambos brazos largos a los lados de su cuerpo, y le dieron ganas de golpear algo o alguien… Especial, a dos personas. Cerró los ojos un momento, tratando de controlar sus acelerados impulsos, y cuando los abrió, se encontró de frente con el espécimen femenino más precioso del planeta. El aire abandonó sus pulmones. La adrenalina cedió ante la rapidez de su sangre. Todo pensamiento coherente escapó de su cuerpo. Era ella. Podía reconocer esa gloriosa sensación que sólo aquella hada mágica le provocaba. No necesitaba ver su rostro para saberlo. La oleada de deseo simplemente lo golpeaba de repente, y aunque lo había agitado por la sorpresa, le gustaba demasiado la sensación.

Estaba de espaldas a él, con el largo cabello negro recogido en una coleta alta, dejando que las puntas se unieran en un solo remolino. Su torso iba cubierto con una fina y delicada blusa de seda color perla, y su piel se veía un poco más oscura al promedio. Su cuello iba expuesto a la luz solar, y a la ligera brisa propia de la península coreana.

La perfecta blusa se amoldaba holgada y elegantemente a su pequeño cuerpo, y se escondía debajo de una femenina falda floreada a la altura de la esbelta y diminuta cintura. Iba envuelta como un dulce en día de San Valentín. Tierna, fresca, dulce… Y muy apetecible. Tan apetecible que estuvo a punto de sufrir una erección.

Entonces ella se giró en redondo, encontrándose con él cara a cara, quedándose a unos centímetros de su cuerpo. Casi chocan debido a la brusquedad de su movimiento, y Minho volvió a sentir como se perdía en la magnitud de aquellos irises. Era ella, no había duda. Aunque lucía totalmente diferente a la seductora mujer que había conocido días antes en aquél club gay.

Su rostro no llevaba maquillaje alguno, su piel apiñada iba naturalmente perfecta, y entonces descubrió que aquellas largas, rizadas y densas pestañas no eran producto de rímel o rizador –había visto a varias de sus conquistas a cara lavada al día siguiente, y siempre resultaba en una decepción-. Los labios rojos parecían tampoco estar maquillados. Gruesos, exóticamente llamativos. Aquellos ojos con doble párpado. No parecía ser totalmente coreana, aunque tenía un dejo de genes orientales.
La examinó en un segundo, de cabeza a los pies. El escote en “V” de la blusa no llegaba a darle un buen vistazo de su pecho, a diferencia de aquellas ropas ceñidas. Simplemente, era como si estuviera disfrazada de otra persona… ¿Pero quién era el disfraz, la hermosa leona del club o la princesa griega que tenía en frente?

—De casualidad… ¿No eres tú…? —Empezó la chica con una suave voz tan femenina y sensual que casi resultaba como una bofetada para Miss Korea. Estaba arqueando la ceja derecha, cuando Minho sonrió sacándose los lentes de sol y la miró fijo.

—Nunca pensé encontrarte por aquí —Fue lo único que pudo decir, adorando la forma en que la chica soltaba aire con una sonrisa, como mofándose de la situación. Encantada. Maravillada y sorprendida, sin duda. Eso le gustaba… Y mucho.



—Entonces… ¿Vives por aquí? —Minho caminó al ritmo que ella, o al menos eso intentó. A pesar de ser hermosamente pequeña, y tener las piernas demasiado cortas en comparación a él, daba pasos pequeños y rápidos.

—Nop —Contestó ella con una sonrisa dulce en sus tiernos labios. Minho no pudo hacer más que verla con toda su atención fija en ella—. Trabajo por aquí. ¿Tú vives por aquí?

Minho supo entonces que la conversación no acabaría pronto y aprovechó la situación con total convicción. Sonrió de medio lado mientras desviaba su vista de ella, hacia algún punto insignificante en el cielo, y dijo con voz sedosa:

—Contestaré a todas tus preguntas si me dejas invitarte un café.

—Mmm… —Ella musitó tiernamente, haciendo un pequeño puchero al fruncir los labios e inflar ligeramente aquellas sonrosadas mejillas, fingiendo no estar convencida por su invitación. Minho hizo un esfuerzo sobrenatural para no tomarla del rostro y besarla bruscamente en los labios justo en ese momento. Las mejores cosas se hacen esperar…—Que sea un helado de vainilla.

Lo que Minho más odiaba de los helados en verano era que estos se terminaban demasiado rápido, pero no iba a dejar que ella se fuera después de tomar aquella pequeña merienda. “Vale”, contestó con una ligera sonrisa en los labios, sin poder –y sin querer- dejar de mirarla.

—¿Entonces sí vives por aquí? —Repitió la chica su pregunta una vez que Minho pagó por los conos de helado. Había elegido los de mayor porción a propósito. No estaba demasiado interesado en el suyo, pero sí en ver cómo ella daba pequeñas y delicadas lamidas a la cima cremosa. Tuvo que despejar la mirada para poder concentrarse. Mierda… Aun cuando le gustaba tanto, no podía dejar de culparla por aquél estado en que se encontraba… ¡Era un completo depravado!

—A unos pasos de donde nos encontramos. ¿Tú en donde trabajas? —Cuestionó caminando a su lado cuando la chica soltó una pequeña carcajada al oír su respuesta —. ¿De qué te ríes? —Y aunque lo preguntó, estaba riéndose con ella.

—Trabajo a una calle de donde vives.

—¿En verdad? ¿En dónde? —¡Nunca la había visto! ¿Por qué carajos…?

—En el estudio de danza “TaeHan” —respondió ella con frescura.

—Ah… Ahí. El estudio queda en dirección contraria a mi universidad… —Musitó pensativo mientras se internaban en una vereda atrapada en el centro de Seúl, con arboles de cerezo rodeándolos por todas partes, y una alfombra de hojas rosadas se extendía frente a ellos. Eso lo explicaba todo…

—¿Asistes a la universidad? —Preguntó ella de repente, como si estuviera interesada en aquél hecho. Minho sonrió con autosuficiencia.

—Sí. ¿Por qué? ¿Me veo más joven?

—No es eso. Es sólo que yo no pude entrar a la universidad… Aunque prefiero la danza, ¿Sabes? Nada como la música… —Hablaba más para sí que para él, pero a Minho le maravilló aquél comentario desenfadado. Parecía estar cómoda con él… Como si se conocieran desde hacía años.

—¿Eres profesora en ese estudio? —Ella sonrió pícaramente.

—No, yo lo fundé junto a mi mejor amigo, Taemin —Minho detuvo su andar completamente sorprendido. Ella se detuvo una vez que notó que él dejaba de caminar, con aquella rosada lengua suya haciendo travesuras en la punta del helado. Minho estaba sorprendido porque, realmente, muy pocas personas en Corea decidían dejar la universidad y emprender un proyecto personal. “Mátate estudiando. Luego deja que te maten tus jefes”, era la ideología coreana al parecer. Estudiar, licenciarte y trabajar jornadas asesinas bajo buenas empresas. Era todo lo que un coreano en promedio quería e iba a hacer. Por eso estaba tan impresionado. No sólo lucía fuerte y brava… También lo era en este tipo de cosas, según podía ver —. ¿Qué? ―Inquirió impaciente.

Entonces Minho se dio cuenta de que se había quedado como tonto mirándola, adorando sus suaves facciones ligeramente extranjeras. Aquellas que empezaban a tener un matiz… Humano y dulce.

—Nada —Contestó con una sonrisa, empezando a caminar de nuevo. La chica le siguió el paso después de soltar una media sonrisa burlona y volver a concentrarse en su cono de helado. Entonces, Minho se detuvo abruptamente de nuevo, recordando algo demasiado importante, y la hizo parar junto con él—. ¿Cómo te llamas?

No. No iba a dejarla escapar sin que antes le dijera su nombre. Porque una vez lo supiera, no habría marcha atrás para aquella sensual musa disfrazada de niña.

―HaNeul. Song HaNeul.