Playboy

1. (voz i.) m. Hombre generalmente atractivo y rico que tiene frecuentes aventuras amorosas, acude a los lugares de moda y se relaciona con las clases altas de la sociedad.
   
2. Hombre seductor.
   
3. Choi Minho.

Niñera
1. m. y f. Persona empleada al cuidado de los niños.
2. Persona a la que le gustan mucholos niños.
3. Vreneli Montenegro.

Hijo

1. m. y f. Persona respecto de su padre o de su madre.
   
2. Lo que es resultado de algo.
   
3. Choi Yoogeun.

Choi Minho alargó la mano hasta un esbelto y cremoso brazo que serpenteaba celosamente alrededor de su cintura. Intentó desenrollarlo de sí para poder emprender su huída en silencio, pero apenas la tocó, aquella mujer que lo aferraba desde atrás y hundía aquella naricilla falsa entre sus omoplatos, apretó su agarre.
Demonios. Si tan sólo hubiese despertado al menos quince minutos antes, no se encontraría en aquella incómoda y aburrida situación que siempre procuraba evitar. Tenía pensado despertar antes que ella y salir tan sigilosa y tranquilamente de aquella habitación de hotel como le fuera posible.
Pero había sucumbido al cansancio, y se había quedado dormido. Genial.
Al menos, ahora que ya estaba despierta, no se preocuparía demasiado por moverla bruscamente. Pese a que la mujer seguía sujetándolo caprichosamente, Minho tomó con amabilidad una de sus manos entre las suyas, y la apartó de su pecho firmemente.

—Minho-yah… —Ronroneó la fémina, arrastrándose sobre las elegantes sábanas que estaban enredadas sobre la cama cual gatita montes, llevándose ambas manos al rostro para frotar sus mejillas. Minho aprovechó aquél sutil descuido para ponerse de pie inmediatamente y enfundarse los vaqueros que descansaban en el suelo, a un lado de la cama —. Minho-yah, ¿A dónde vas? —Preguntó entonces, cuando él volvía a sentarse en la orilla de la cama para ponerse los zapatos y abotonarse el último botón de su camisa blanca que, aunque había sido prácticamente arrancada de su torso, seguía luciendo impecable. El tiempo que le tomó a la mujer, un par de años mayor que él, erguirse sobre la cama y despejar completamente aquella languidez que gobernaba su cuerpo hacía unos minutos antes, le sirvió a él para formular una escueta y plausible excusa que le ayudara a salir sin retardos de aquella habitación que ahora le parecía burda.

—Oh, noona… —Habló Minho con su voz aún más enronquecida –como si eso fuera posible- por las largas horas sin hablar debido al sueño en el que había estado— Verás, mi hermanita me acaba de llamar al móvil. Necesita un poco de ayuda en su tarea de matemáticas y como buen oppa, no puedo ignorarla ni hacerla esperar, ¿Cierto? —Se puso de pie, arreglándose los puños de su camisa, sonriéndole de la manera más dulce y tierna que pudo y observó como los ojos de la hermosa mujer que tenía en frente, apenas cubierta por la delgada sábana, brillaron dramáticamente.

— ¿De verdad? ¡Oh, Minho! Eres tan dulce. Tu hermanita es tan afortunada por tenerte como oppa, cuánto me hubiera gustado el no ser tu noona y que tú pudieras cuidar así de mí—La mujer lo miró, y él se negó en redondo mentalmente.

—No me gustan las chiquillas —Se limitó a decir con una coqueta sonrisa, dándose media vuelta para tomar su abrigo, que descansaba sobre uno de los sillones que simulaban ser de la época victoriana, con algunos detalles contemporáneos que, él consideraba, le quitaban la belleza al mueble.

—Bueno, vete ya. Ayúdala y haz que sea la mejor de su clase, no me dejes detenerte. Seguro que ella necesita más a su oppa de lo que yo necesito a mi dongsaeng —. Minho se inclinó para besar la mejilla nívea de la chica, y sonrió al volver a hablar.

—Gracias, sabía que serías muy comprensiva —. Se alejó de la cama tan rápido como sus pies se lo permitieron y se dirigió derechito hacia la puerta antes de que preguntas tontas e innecesarias escaparan de los labios de la mujer y lo hicieran detenerse, pero cuando tomó la perilla de la puerta, la vocecilla chiqueona y agudizada volvió a colarse entre sus oídos.

—Minho-yah… ¡Te llamaré esta noche!

Minho abrió la puerta, sin molestarse siquiera en mirar atrás y vociferó suavemente:

—No te preocupes, mejor te llamo yo —Y diciendo eso, salió a toda prisa, cerrando la puerta tras de sí, alejándose a paso firme por el pasillo del hotel, siendo consciente de tres cosas muy importantes: Ninguno de los dos iban a llamarse, porque no habían intercambiado números; No tenía intención alguna de volver a llamarla –a juzgar por su actuación en el dormitorio-; y él, definitivamente, no tenía una hermana menor.

Randomness:

—Necesito otro trabajo «urgentemente» —Lee Taemin se irguió en ambos codos, mirando con sus grandes ojos rasgados a la chica, menuda y de redondos ojos extranjeros, que tomaba un sorbo de su frappé helado a través de un popote. El borboteo que se escuchó cuando la jovencita terminó su bebida lo hizo salir de su estado de aturdidor letargo.

Llevaba dos noches durmiéndose a las tres de la mañana, y despertándose a las seis. Sabía que, en algún momento, la universidad y sus agotadoras jornadas de trabajo iban a terminar matándolo. Pero, ¿Qué importaba? Ya había perdido varias oportunidades para empezar sus estudios superiores y ahora que finalmente había conseguido estar dentro, no iba a darse por vencido ni aunque estuviera completamente loco.
Pero, para ser sincero, no estaba prestándole la atención debida a su parlanchina amiga, hasta que escuchó la palabra “urgentemente”. Y es que debía ser demasiado duro para una mujer extranjera, que se hallaba en Corea estudiando la universidad, encontrar un trabajo bien pagado. Lastimosamente, había algunos casos de discriminación incluso en pleno siglo veintiuno.

Él sabía de primera mano lo mucho que le costaba a aquella vivaz muchachita encontrar un empleo donde le pagaran tres cuartos de salario mínimo y al mismo tiempo, le permitieran estudiar durante las mañanas de cada fin de semana. Y era muy triste, ya que la chica era capaz y aguerrida. Si podía compararla con alguien, sería con “El todopoderoso” Key, pues también sabía hacer muchísimas cosas bien. Tanto que le sorprendía.

—La próxima semana tengo que pagar la matrícula para el nuevo semestre, pero con lo que me pagan no me alcanzará —Gruñó la jovencita, cruzando los brazos sobre la mesa de la cafetería y escondiendo su rostro entre estos. No le gustaba verla tan angustiada, era una niña muy alegre aunque brusca algunas veces, y verla en ese estado siempre lograba preocuparlo. No era usual.

—Sabes que yo podría… —Murmuró Taemin medio adormilado. Cientos de veces le había dicho que podría darle el dinero si lo necesitaba, y que podía pagárselo como pudiera, o no preocuparse en devolvérselo, tampoco era como si él estuviera en la pobreza precisamente. Le iba bien, ganaba más que suficiente y no le dolía el codo para ayudarle en algo. Pero, ya fuera por orgullo o vergüenza, la chica siempre terminaba negándose.

—No, claro que no —Como en ésta ocasión. Taemin no lo entendía, pero ella era tan terca a veces, que prefería no insistir, porque sabía que se avecinaría tensión —. Mejor ayúdame a conseguir trabajo. Aunque sea de lavandera en casa de alguien, el punto es —Sus grandes ojos redondos se dilataron con exaltación —Que me ayude lo suficiente para pagar la matrícula —Vreneli se mordió el grueso labio inferior justo al decir eso y lo miro con su delicado ceño fruncido.

No era fea, tenía su encanto, debía admitirlo. Simplemente, no era el tipo de chicas que le gustaban y lo volvieran loco. A él le gustaban un poco más… coreanas y delicadas. De ese tipo de chicas que tan sólo de mirarlas, parecían que fuesen a romperse. Tan tímidas y lindas que le inspiraran protegerlas. Hacerlo sentir como el hombre que era.

Vreneli, aquella joven mexicana que tenía a un metro de él, pensando aferrada en un buen empleo, no necesitaba protección en absoluto. No a sus ojos, claro.
Si bien era pequeña, tan esbelta que si usaba ropas holgadas se veía escuálida y frágil, y su pequeño rostro ovalado aún no representaba la edad que tenía en verdad, sabía defenderse y su boca nunca se hallaba amordazada cuando quería decir lo que pensaba cuando alguna situación llegaba a incomodarla o molestarla, y exigía justicia como una aristócrata. Como ella misma solía decir: Era brava, y no se quedaba de brazos cruzados a ver qué sucedía.

Pero no tenía un carácter terrible, sólo firme con cosas serias. Solía reírse de todo, hacer bromas y llevarse bien con toda la gente que conocía. Caía bien a primera vista. Era amable, y nunca se negaba cuando le pedían algo por favor. Y aunque no dominaba todavía al 100% el coreano, era tan aguerrida que siempre conseguía darse a entender aunque no supiera cómo.

A Taemin lo dotaba de buenas carcajadas al día cuando la veía hacer caras y gestos para poder comunicarse con él, como si fuera un bebé. Simplemente le daban ganas de pellizcarle las mejillas cuando no podía y fingía un puchero.
Vreneli, era la primera amiga de verdad, fuera de la farándula, que se había topado en su vida, y la tenía en mucha estima, tanto como la respetaba. Aunque también tenía otros amigos, pero por alguna razón, era ella a la que siempre buscaba entre clase y clase, y para salir a caminar y hablar sobre cualquier tontería en sus días sin actividades.

—Vale —Murmuró Taemin con tantas ganas de moverse como un niño a recibir un castigo —Si sé de algo, te llamaré en seguida —Prometió con una sonrisa. Ella también le dedicó una brillante y amplia sonrisa risueña. Entonces, su semblante fue picado por un ceño y se levantó a toda prisa de su asiento, haciendo que el pequeño arreglo floral que estaba al centro de la mesita se moviera estrepitosamente y estuviera a punto de caer. Taemin alargó un brazo y lo detuvo justo en el borde de la mesa y notó que su rostro empezaba a detonar premura—. ¿Q-qué sucede? —Apenas balbuceó por la repentina irrupción.

— ¡Olvidé que el profesor de literatura me pidió que le llevara un café! —Gimoteó mientras emprendía la carrera más alocada que Taemin había visto jamás rumbo a la cafetería, al otro lado del campus. Sí, había olvidado añadir que era demasiado despistada y olvidadiza. Tanto como él, o quizás un poquito más. Taemin no lograba prestar suficiente atención, pero ella, aunque la prestara, terminaba olvidándose muchas veces.

Ahogó una risita mientras se ponía de pie, y echó una ojeada a su reloj de pulso. 5:20 pm. Minho-hyung no debería estar muy lejos, ya que había quedado con él para recogerlo de la universidad e ir directamente a la sala de ensayos de la SM. Otro agotador día ensayando para el comeback que se acercaba, ya estaba acostumbrado. Pero Minho nunca se acostumbraría a esperarlo sin lanzar gruñidos. Odiaba esperar… Mejor que se diera prisa, pensó.

~*~

—Son cien wons —La diminuta dependienta le sonrió coquetamente al otro lado de la barra, con un ridículo gorrito que ostentaba el logo del local sobre su cabeza. No era su tipo de chica, típicamente coreana y con pequeños ojos que apenas parecía poder ver. Pero… parecía que él sí era el tipo de chicos que a la joven le gustaban. Claro, él era del tipo de hombres que les gustaban a todas las mujeres.
Minho se limitó a contestarle la sonrisa con amabilidad, entregándole un billete de quinientos wons para pagar el café americano que acababa de ordenar. No tenía ningún interés en coquetear con ella, sinceramente. Tenía muchas cosas en qué pensar con el trabajo, y el tiempo para flirteos podía ahorrárselo y utilizarlo en la sala de ensayos.

En cuanto la mujer se dio media vuelta para preparar su pedido, un revuelo escandaloso se produjo a sus espaldas, captando su atención como pocas veces algo lo hacía.
Detrás de un tumulto de gente, la puerta se abrió bruscamente, pero no pudo ver a nadie entrar… No hasta que se percató de que una diminuta mujer luchaba por hacerse paso entre la fila de personas detrás de él que se aferraban a sus sitios para obtener sus pedidos.

Llegó corriendo, sin aliento, a su lado, ignorando por completo su presencia, y tocó un par de veces la campanilla para atraer la atención de la dependienta. Minho se quedó paralizado ante aquella pequeña mujer demandando ser atendida en ese momento, como si fuera la última princesa Joseon. Parecía tener prisa, y su amplia frente, que se suponía iría cubierta con un fleco –que más bien estaba alborotado y llevado hacia atrás por la carrera-, estaba ligeramente perlada de una casi invisible capa de sudor.
Fue todo lo que pudo visualizar desde el ángulo en que se encontraba, aunque le pareció demasiado fuera de lo común el rizado cabello castaño oscuro que iba sujeto en una coleta a mitad de su pequeña cabeza. No parecía ser permanente, puesto que no eran ondas perfectas. La miró, preguntándose si era su intención saltarse toda la fila de clientes que empezaban a quejarse y hacer su pedido como si nada, y encontró la situación divertida. No era usual.

— ¡Un café americano, por favor, lo más rápido posible! —Por lo visto, sí era lo que pretendía. Minho mofó quedamente, rodando los ojos detrás de sus lentes oscuros y redirigió su mirada a la chica que tenía a un lado, inclinándose sobre la barra para tratar de alcanzar a la dependienta, pero era obvio que nunca lo lograría, ya que la barra estaba cerca de dos metros alejada de la máquina que expedía los cafés preparados. No pudo evitar el fijar su oído en la forma tan peculiar en que pronunciaba. Extranjera. Claramente, aquella forma de hablar tan diferente, no era ningún acento coreano, japonés o chino, siquiera. Sonaba seco, fuerte y gracioso al pronunciar la “r” y la “l” tan golpeadas.
Como gato curioso, se inclinó al mismo nivel que ella para poder verle la cara, y en ese momento, ella giró su rostro.

Ojos grandes, pestañas densas, largas y rizadas. Nariz mediana y ligeramente respingona. Piel caribeña, y fuertes rasgos… ¿americanos? Demasiado diferentes como para pasar desapercibidos, demasiado firmes para ser estadounidenses. Él había estado en Estados Unidos, y nunca había visto algo parecido.
Se quedó sorprendido. Nunca había visto a una mujer tan extraña en toda su vida. No era hermosa, no se le hacía especialmente guapa, pero eran esos rasgos tan extranjeros los que lo habían dejado un poco asombrado. No se veía todos los días, ¿O sí? Naturalmente, todo de ella resaltaba entre la piel leche, el cabello negro liso y los ojos rasgados.

—Lo siento, tiene que hacer fila, señorita —Anunció la dependienta al otro lado de la barra, sacándolo de sus pensamientos. ¿En dónde había visto él a una persona tan… tan…? Ni siquiera encontraba otra palabra para definirla, aparte de rara y anormal.

—No, usted no lo entiende, ¡mi profesor me encargó un café, y lo he olvidado y yo…! —La chica parecía exasperada al ver la inacción de la otra mujer, que se limitó a ignorarla fríamente y lo miró a él con una despreocupada sonrisa a continuación, presentándole con ambas manos el vaso con su café. Con la descarada coquetería que él ya había desdeñado antes.

—Aquí tiene su café, joven —Le dijo la muchacha, acercándole el envase. Minho sonrió de medio lado, sarcástico. ¿Qué demonios le costaba atender a la chica? Parecía apresurada, más incluso que los otros clientes.
— ¿Por qué no le atiendes el pedido, después de mí? —Le preguntó completamente serio, sabiendo que si utilizaba esa faceta, la joven delante de él se sentiría avergonzada y haría lo que dijese. La dependienta lo miró, parpadeando varias veces por el desconcierto, y como si fuera un imán, la mirada sorprendida de la otra jovencita se clavó en su perfil, como si acabara de decir algo en otro idioma… Bueno, es que lo había dicho en otro idioma, seguramente muy diferente al de ella. Podía imaginarse su impacto.
Sí. Choi Minho, de SHINee, estaba abogando por ella. Y prefirió no sonreír para no provocarle un ataque cardiaco a la señorita. O a la dependienta. Cualquiera de las dos. Porque ambas parecían estar a punto de un infarto.

—Ah… —Balbuceó la chica tras la barra—No puedo hacer eso, joven. Los demás clientes se quejarían y a mí me despedirían —. Pues, en ese caso… Pensó Minho, siempre astuto y volvió a sonreírle de medio lado, mirando de reojo a la curiosa muchacha a su lado. Seguía mirándolo de hito en hito. No la culpaba, él estaría en el mismo estado.

—Entonces, dame el americano que ella pide. Pagaré por él y quédate con el cambio.

No supo de quién reírse. De la cara horrorizada de la dependienta, o de la cara descompuesta que la chica junto de él había puesto. Y sin embargo, la empleada realizó su pedido con absoluto silencio, y en menos de un minuto, depositó el pequeño vaso de cartón en su otra mano.
Minho lo dejó sobre la barra, justo en frente de la jovencita, que ni siquiera lo miró a él, sino al vaso que acababa de poner en frente de ella, y salió de la fila justo al segundo siguiente. Suficientes molestias había causado aquella pequeña chica, y no tenía muchas ganas de ser abucheado por los demás clientes que ya estaban bastante irritados.

La chica tomó el vaso de café sin decir nada, con la mirada fija en el suelo, se acomodó una pequeña mochila sobre el hombro y se dio media vuelta, caminando velozmente hacia la puerta de salida, pasándolo de largo. ¿A dónde creía que iba? ¡Esa pequeña maleducada! ¿No iba a darle las gracias, al menos? Minho frunció los labios y avanzó un par de pasos hacia ella.

— ¡Yah, yo pagué por eso! —Exclamó él cuando ella estuvo a unos pasos de la salida. La chica se giró lentamente hacia él, atreviéndose a mirarlo fijamente al rostro, sin una pisca de suavidad en sus facciones, y le tendió el café. Altanería, eso le pareció a Minho.

—Entonces, quédatelo —Le dijo con firmeza, fijando sus grandes e inusuales ojos sobre él. Él esbozó una sonrisa, aún sin creer que alguien tan fuera de lo normal estuviera delante de él. Sentía como si tuviera a un extraterrestre en frente. Si tomaba una fotografía de ella y la enviaba a la NASA, ¿No empezarían estudios científicos con ella?

—No, yo no lo quiero. Lo que me gustaría es que al menos mostrases algo de gratitud con este completo desconocido que pagó tu café americano… —Le espetó él sin querer, reaccionando ante la hostilidad de ella. No parecía que fuera así… Pero tenía carácter. Simplemente, no podía creerse que aquella diminuta mujer pudiera encararlo con tanta osadía. No se lo habría imaginado jamás. Pero… tenía que ser extranjera, claro, era normal. Altanera y maleducada, debía habérselo adivinado antes de atreverse a ayudarla.

—Gracias por recordármelo —Dijo ella de repente, apresurándose a sacar un billete de doscientos wons de su bolsillo derecho, haciendo que su fleco ondulado volviera al lugar donde debería haber estado desde un principio.

—No, no importa el dinero.

—Gracias —Dijo la chica cortante, entregándole el billete en las manos y alejándose antes de que él pudiera regresárselo. Y se quedó clavado en su sitio, perplejo.
Vio como apresuraba el paso cada vez más, haciendo malabares para que no se regara el líquido del envase, y la siguió con la vista hasta que sus ojos la perdieron al entrar a uno de los edificios de aulas.
La chica no era tan bonita como para que él la persiguiera –de hecho, no era siquiera bonita-, y en cualquier caso, no era esa su intención cuando había pagado por el café y haber ofrecido su ayuda. Solamente había sentido pena por ella y como buena persona, había querido ayudarla.

Qué mujer tan extraña. ¿Es que las rarezas nunca dejarían de aparecer en su vida? Aún no podía mantenerse estable desde que… cierto paquete hubiera llegado a su casa hacía dos semanas. Y ahora, las mujeres huían de él como si tuviera la peste. Algo debía haber en la alineación de las estrellas.

Y ahora que recordaba lo que había sucedido hacía quince días, volvía a darle dolor de cabeza.
¿Qué diablos se suponía que significaba aquella carta? ¿La habían hecho las fans, acaso? Si se trataba de alguna broma, era una de muy mal gusto. Demasiado pesada como para tomársela a la ligera. Frunció el ceño al dirigirse al estacionamiento del campus. La gente iba y venía, ya acostumbrada a su presencia, aunque aún había chicas que se quedaban de piedra al verlo y se cubrían los rostros azoradas. Pero él no podía dejar de pensarlo, y cada vez que lo recordaba, más se intrigaba.

“Minho-gun, te quise mucho. ¿En qué fallé? Te lo di todo… Incluso un hijo”. ¡Por Dios! ¿Bromear sobre tener un hijo? Ese tipo de cosas no se hacían, y mucho menos se escribían. Quien lo había hecho, debía haber sido muy astuto al no firmar aquella carta, vieja y arrugada que había aparecido un día en su buzón. Y muy malicioso y retorcido como para jugarle una treta así.
Cuando pusiera sus manos sobre el responsable, que quizás había sido alguno de sus hyungs con los que se llevaba con tanta confianza, le dejaría muy por entendido que con él no jugaban de esa manera. Era molesto, sobre todo cuando le hacían perder la cabeza por tonterías como esa. Se había vuelto loco durante el primer día, pero ahora lo tenía claro: Era una broma que él iba a cobrarse.

~*~

— ¡Hyung! —La suave voz de Taemin le hizo levantar la vista de su iphone, sacándolo de sus pensamientos. Aún seguía tratando de adivinar quién habría hecho aquella bromita, pero no lograba hacerlo. Entre más lo pensaba y analizaba a las personas que estaban a su alrededor, menos capaces los creía, por más bromas que hicieran con él. La idea se le hacía más y más remota. Confiaba y conocía tan bien a sus compañeros de grupo que sabía que nunca harían o jugarían con cosas como esas. Después de todo, entraban en la categoría de “Niños buenos”.

Taemin caminó despreocupadamente hacia él, sacudiendo una mano por encima de su cabeza. Minho frunció el ceño.
No, definitivamente, Taemin no podría haber sido. Era demasiado inocente y tranquilo como para jugarle ese tipo de chistecitos. Además, Minho lo trataba como a un hermano menor y Taemin lo respetaba tanto como a su verdadero hermano mayor. Taemin no podía ser.

—Vamos tarde, ¿Por qué te retrasaste tanto? —Inquirió Minho dejando que su irritación respecto al otro tema interfiriera en ese momento, pero Taemin simplemente hizo caso omiso a su tono hosco y sonrió al momento en que Minho rodeaba el Kia Cadenza color blanco, aquél que era su orgullo personificado. Todos sabían cuánto valía aquél bendito carro para él. Su triunfo en lo que él más adoraba: Los deportes.

Taemin entró al auto, dejándose caer sobre los impecables asientos de cuero negro y sonriendo escuetamente.

— ¿Por qué sonríes tanto? —Le preguntó Minho sin poder ahogar una risita al verlo tan sonriente. No podía evitarlo, pero al ver sonreír a su mejor amigo, él sonreía automáticamente. Era esa conexión fraternal tan fuerte, que eso provocaba. A veces no lo entendía, pero era cuando estaba con él, que se sentía como el verdadero Minho.

—Por nada y por todo. He recuperado mis calificaciones, ahora que he tenido un poco más de tiempo para aplicarme en la universidad y estudiar propiamente—. Le explicó emocionado. Minho aplaudió con elogios sus logros durante el semestre, mientras Taemin, muy animado, le contaba sobre sus clases y sus profesores. Siguió así durante los veinte minutos restantes hasta el edificio de prácticas de la disquera, donde Onew, Jonghyun y Key hyungs seguramente les esperaban impacientes. Estaban tarde treinta minutos… Y con lo mucho que le gustaba llegar tarde a él…

Cuando entraron a la sala de prácticas, tal como lo había predicho, los tres mayores ya estaban ahí. Pero sus rostros lucían… extraños. Taemin y él lo notaron apenas cruzaron el umbral de la puerta. Y no parecía ser solamente por su extenso retraso… Algo estaba fuera de lugar.

El siempre-sonriente rostro de Key parecía una pared inexpresiva, y los rasgados ojos de Onew estaban perdidos en alguna parte del blanco techo. Jonghyun apoyaba su frente sobre cuatro de sus dedos, sentado en el único sofá rojo carmín en el rincón más alejado de la entrada con el codo enterrado en una de sus rodillas.

— ¿Qué sucede? —Preguntó Minho, notando la tensión sobre los hombros de sus hyungs. Tensión. Era todo lo que podía sentir en esa atmosfera. Su profunda voz hizo eco en el salón, que si bien no era muy grande, estaba sumido en el más tenebroso silencio. Algo no olía bien ahí. Su corazón empezó a latir enloquecido dentro de su pecho. Taemin se acercó a los mayores con el semblante desconcertado, con una de sus cejas oscuras arqueadas y una mano en el bolsillo, hurgando nerviosamente.

— ¿Uhm? —Musitó Taemin, instando a los demás a hablar. ¿Por qué tenía ese presentimiento de que algo no iba nada bien? Esos tres nunca, nunca… NUNCA estaban tan callados y con expresiones tan severas. Parecían más como policías que recién habían hallado al asesino, y estuvieran furiosos contra éste. Algo había pasado, podía sentirlo. Sus venas se le marcaron contra la piel, anticipando.

—Minho-ah, ¿Tienes un momento? Jinki-hyung y yo queremos hablar contigo a solas. No puede esperar — Dijo Jonghyun finalmente, resoplando enfadado, sin mirarlo a la cara. Y cuando no miraba a la cara a las personas, significaba que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no soltarles un buen puñetazo, de esos que solían mandar a las personas al dentista.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Alguien podría decirle? Su cuerpo estuvo a punto de sacudirse por la ansiedad cuando KiBum y Taemin abandonaron la habitación.
Taemin le murmuraba molesto a Key, seguramente exigiendo una explicación. Pero el mayor le daba evasivas vagas y lo empujaba sutilmente para sacarlo de ahí. Aquello no le gustaba nada. Ni siquiera tantito.

Cuando el líder y el sublíder se quedaron completamente a solas con él, lo apartaron más de la puerta, como si no quisieran que nadie escuchara lo que iban a decirle, y lo miraron con expresiones asesinas, su corazón tembló enloquecido. Hasta que Jonghyun habló:

— ¿Por qué carajos nos ocultaste que tienes un hijo?

¡Joder! ¿Qué? ¡¡Mierda, mierda, mierda!!