DINNER

La luz de las velas, la música cuyo volumen bajísimo anima a conversar y el tacto de tela y terciopelo en suelo y mesa. Huele a flores, pero el jazmín que desprende tu melena rubia me distrae de la plantita al centro de nuestro banquete.

¿A qué te he traje aquí?

Ah, sí. Ya lo recuerdo, pero el cómo me muestras los dientes cuando sonríes me entretiene como un bebé ante algo brillante.

Cargas un poco de sopa con la cuchara de plata y la deslizas entre tus labios tan suavemente que tengo que morderme la lengua para no soltar una carcajada. Te gusta provocarme ¿cierto? Vamos, hay mas sopa por tomar y tú eres un experto en mover la lengua, así que hazte cargo.

Cruzo las piernas, apoyo el codo a un lado de mi plato, el cual no he tocado y observo como lees mis pensamientos para luego lamer bien el ya no tan frío metal.

Te sabes mover, cariño. Grácil como gacela y, yo como león, quiero jugar contigo antes de enterrar mis dientes más de la cuenta y matarte cada noche, nunca suave, nunca rudo, siempre en la medida adecuada para volarme los sesos contigo.

Otra vez lo olvidé. ¿A qué te traje?

El mesero pone ante tus hermosos ojos de avellana una enorme rebanada de pastel de chocolate.

Hundes el índice derecho en la crema de cacao y mi sonrisa se desvanece. ¿Cómo no hacerlo? si me recuerda a lo que te hice ayer mientras aferrabas tus manos en mi cabello azabache.

Cuanto te odio ahora. El que te metas dos falanges en la boca conforme cierras los ojos y emites un ruidito de satisfacción, sólo me grita que eres un maldito nigromante sexual, si me mofo y tomo aquello entre mis piernas como algo muerto que únicamente tú, puedes reanimar.

¿Tu celular suena de nuevo, mi amor?

¿Cómo pude olvidarlo? Te traje a este restaurante para mandarte al carajo.

Para ver tu maravilloso rostro estrujarse ante mí, porque en esta ocasión, no seré yo el que apriete los puños, como cuando despierto y no amaneces a mi lado.

Sonríes de nuevo, para mí. Solo hoy, ya que únicamente Dios sabe a quién más le muestras esas bellas perlas al largarte en medio de la noche tras follar conmigo.

Me encantas. Has puesto un puchero porque estoy más callado de lo usual y a ti te gusta que te diviertan. Que te traten cual diosa cuando en verdad eres sirena, sin importar que seas macho, sólo el agasajo es el que cuenta. Oh, has tomado tu servilleta para limpiar tus carnosos labios, igual que cuando terminas de beber de mi, por reflejo, por instinto, o quizás para sentirte limpio después de todo.

Y aunque pienso eso, sé que no eres mío y no eres de nadie. Tú; eres tú y tu bendita y, para mí, abominable libertad. Un juego sucio al que caí ciego y sordo pero con la piel increíblemente más sensible ante tus felinos actos y, con tus ronroneos, dictaste las reglas para manejarme a tu antojo y despojarme de mis lunas y estrellas para entregarme negrura, cólera y deseo.

Te ríes ahora, lo vuelves a hacer. No puedo sonreír contigo, no esta vez, ya que sé que te estás burlando de mi orgullo y me tientas a poseerte justo aquí. Y cuánto lo ansío, cuánto quiero estar dentro de ti y reclamarte desde el fondo que me perteneces y que si me entierro en ti, es porque también me entrego y no por tu cuerpo ni por el mío.

-¿A que me trajiste Minho hyun? - Usas con indecencia el lenguaje formal que eliges en público, sin remover la sonrisa. –

Y es cierto, ¿a qué te traje?

-¿No te gusta? - Suelto con coquetería. –

Tu ceja se alza ante la pregunta que debió ser respuesta e igualmente asientes contento. Así me gusta, que seas agradecido aunque sea con esto y no solamente en la cama, pero le estoy dando rodeos a tu cuestionamiento y por un momento me siento perdido entre tus gemas cafés que se esfuerzan por leerme de nuevo.

Ahora tu celular baila vibrante como acariciando el mantel, debido a que decidiste no contestar las llamadas en atención a mí. Adoro tus sutilezas, amor.

¿Quien será? Algún doctor o profesor de universidad. ¿Quién? o ¿quiénes?, puesto que tu apetito pudo haber variado de ayer a hoy. Y pensando en hambres; ¿no ves que estoy famélico?, tus piernas abiertas ya no me sacian, date cuenta de eso también.

-¿Y? – Apagas el celular y me miras algo serio. – ¿Ya te aburriste de mi?

Gracias a tu falso gesto que transformó tus labios en una primorosa curva rosada, recordé que te traje aquí para mandarte a la mierda.

-Me aburren ellos.

-Pero si soy yo quien juega, no tu. – Alcanzas mi copa de vino tinto y bebes un sorbo sin quitarme la vista traviesa de encima. –

Me apuñalas dos veces, no deseo una tercera.

-Ya no quiero esto. – Suplico, si, te pido que te detengas. –

Te carcajeas. Fuerte, claro, sin pena, como tú, siempre como tú.

-¿Y entonces qué quieres? – Dices, conteniéndote otra risotada. –

Ahora te destrozaré.

-Quiero que seas mío nada más.

Me tiembla el mentón, pero no lloraré; no era lo que debía decir, pero extrañamente no me arrepiento; sueno patético pero eso es lo que, gustoso, soy por ti, lo admito.

-Ah. –Te muerdes el labio inferior exquisitamente. – Lo intentaré, pero no te prometo nada.

Respiro como si no lo hubiese hecho en los 15 meses y 14 días que te conozco.

Tú no osas mentir, sólo ocultar cosas, tampoco juras. Y te amo y odio por ello.

-Gracias.

Sí, yo también soy agradecido y aunque sean tus migajas, estoy dispuesto a arrodillarme por cada una de ellas.

Llámame estúpido, pero anhelo tu tártaro y si ahora es todo mío, oh amor, creo que puedo morir justo en este instante.

Así que, por favor, mátame con tu eterno beso azufranado.