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Mi vecino [MinKey]{One-shot}
Titulo: Mi vecino
Autor: Mikka
Género: AU/Oneshot/Lemon [+18]
Parejas: MinKey
Personajes: MinHo, Key[pov] y colados
Notas: Le puse +18, pero sé que igual lo leerán... como sea.
Autor: Mikka
Género: AU/Oneshot/Lemon [+18]
Parejas: MinKey
Personajes: MinHo, Key[pov] y colados
Notas: Le puse +18, pero sé que igual lo leerán... como sea.
Hacía mucho tiempo que no recordaba haber visto nevar en noviembre, aunque en realidad no era un fenómeno tan insólito en la ciudad de Nueva York. El clima se había vuelto tan loco en los últimos años, con el calentamiento global y El Niño, y todos esos fenómenos a los que ahora culpaban, que ya no me sorprendía lo que cayera del cielo, independientemente de la estación del año.
Sin embargo, mientras esperaba el ascensor, me extrañó descubrir en el buzón la primera postal de Navidad del año. Sé que tradicionalmente la campaña comercial navideña empieza el día siguiente a la fiesta de Acción de Gracias, pero esta felicitación había llegado con mucha antelación. Se me pasó por la cabeza la idea de esperar varias semanas antes de abrirla, pero nunca he sido bueno en retrasar las cosas agradables. Cuando era pequeño, solía escabullirme en el salón cuando nadie me veía para coger los regalos colocados debajo del árbol y sacudirlos, tratando de adivinar lo que contenían. Sabía que mis padres me castigarían si los abría antes del día de Navidad.
De todos modos, podía subir a casa y calentarme un poco antes de abrir la postal; ya sabía por el matasellos que era de Siwon. Sacudí con fuerza las botas en el felpudo de la puerta del apartamento, y me las quité para no llenarlo todo de nieve. Me saqué el gorro, los guantes, la bufanda, la chaqueta y uno de los dos jerséis que llevaba, y puse una tetera de agua a hervir. Eché una ojeada al calendario que colgaba en la nevera, con una fotografía muy mona de unos gatitos dentro de un cesto de palma, y confirmé que verdaderamente estábamos a 29 de noviembre, demasiado pronto para recibir postales de Navidad.
Cogí el correo y me senté en el asiento almohadillado que había construido yo mismo bajo la ventana y sobre el radiador, y del que emanaba un calor delicioso. Había un catálogo de J. Crew, una factura de la tarjeta de débito, y dos sobres distintos llenos de cupones de establecimientos locales. Abrí los dos últimos, esperando encontrar un cupón para mi tienda de carnicería preferida o cualquier otra cosa que me llamara la atención, como la estética.
Luego abrí la tarjeta de Navidad de Siwon. Contenía una corona de flores en relieve con una frase impresa que rezaba: “Con los mejores deseos de prosperidad para estas Fiestas”. Siwon había escrito mi nombre arriba y había firmado al pie de esa frase típica. Eso era todo.
No entendía muy bien por qué la gente se molestaba en enviar felicitaciones que decían tan poco. Dos dolares por la tarjeta, 33 centavos por el sello, para no decir absolutamente nada excepto, tal vez, “recuerda que aún estoy vivo”.
Siwon es un chico con el que tuve un rollo hace tres años en Montana, en un viaje de trabajo, en uno de esos centros de convenciones tan perdidos en el mapa que los precios son de risa, y adonde todas las empresas de segunda organizan sus reuniones comerciales. Siwon era el típico extranjero que se venía a los Estados Unidos a cumplir su sueño dorado. El sexo con el había sido delicioso en un sentido puramente físico, cuando dos cuerpos se excitan al unísono y se acoplan como por arte de magia. Tenía una de esas vergas que se inclinan de forma curiosa incluso estando dura, y por ello había estado seguro de que le costaría encontrar una posición en la que estuviera cómodo mientras me follaba. Pero quizá conozco mi interior peor de lo que pensaba porque, hiciéramos lo que hiciésemos; y probamos infinidad de cosas esa noche; fue estupendo.
Siwon era sensible, dulce y cariñoso, aunque no teníamos nada de qué hablar cuando no follábamos. Le había dado mi dirección en Nueva York para que me llamara si venía de visita, más que dispuesto a pasar otra noche de placer con él si surgía la oportunidad. No me podía imaginar saliendo con él con regularidad. Y tampoco deseaba mantener una relación a distancia con él pues siempre son agotadoras y difíciles en el mejor de los casos. Pero estaría encantado de volver a echarle un polvo.
Arrojé la postal de Siwon en el montón de correo para tirar y me pregunté si vendría a Neva York algún día. Era obvio que se acordaba de mí lo suficiente como para enviarme felicitación de Navidad, por muy sosa que ésta fuera. Pensé en su pene y cómo me había sentido con el en la boca mientras esperaba que se pusiera dura por tercera vez esa noche.
Me desabroché los vaqueros y me saqué la polla pensando en Siwon y en el sexo que habíamos tenido. No tardé mucho en tener una erección completa. Volví a recordar la divertida inclinación de su pene mientras me acariciaba el mío, e intenté torcermelo imitando el de él. No funcionó y rápidamente desistí, iniciando mi ritmo de masturbación habitual, apretando con fuerza toda la longitud de mi verga y deteniéndome de vez en cuando cerca del glande para frotarme la sensible piel del frenillo.
Eché una ojeada por la ventana a los enormes copos de nieve que caían del cielo y me di cuenta de que el vecino al otro lado de la calle estaba contemplando como me masturbaba. Y no sólo me miraba, sino que también se había sacado la verga y se estaba masturbando al mismo ritmo que yo.
Es bastante chocante descubrir que estás manteniendo una relación sexual con una persona cuando ni siquiera sabes que estás acompañado. Y aunque no era lo que tradicionalmente se entiende por sexo, yo lo sentía así, aún estando en apartamentos distintos separados por un callejón que se estaba cubriendo de nieve lentamente.
No sabía muy bien qué hacer, así que no hice nada. Continué masturbándome, y él continuó masturbándose, y nos observamos mutuamente. Tenía un cuerpo bonito, por lo que podía ver a través de la tormenta y en la distancia. Estaba completamente desnudo, a diferencia de mí, que seguía vestido, exponiendo únicamente la entrepierna. Hice una pausa en la masturbación para desprenderme del otro pantalón y quitarme la playera.
El cuerpo de mi vecino era diferente al cuerpo de Siwon, con el que acababa de fantasear. Mi vecino tenía unos músculos elegantes, con una preciosa definición en los abductores y especialmente en los abdominales. Poseía una piel tostada, sus ojos un mar de chocolate, su cabello ondulado hermosamente desvanecido en el aire, y una fina linea de bellos oscuros debajo del ombligo.
Traté de imaginarme si era uno de esos tipos que te encuentras por la calle y te paras a ligártelo, o si, por el contrario, era uno de esos encuentros como los que tienes en el sauna, cuando vas caliente y te lías con el más atractivo de los chicos que tienes delante, a menudo disfrutándolo, aunque sabiendo que, en condiciones normales, no se te ocurriría jamás enrollarte con él. A veces, en un sauna filandesa, los atributos que no son obvios en el mundo “educado” de los gestos sociales y de las vestiduras, demuestran ser bastante tentadores cuando están a mano, con la mirada confundida por las nubes de vapor o la falta de luz.
No podía decidirme. La rapidez de los hechos me había superado. Este extraño que mantenía relaciones sexuales conmigo sin tan siquiera haberme dado la oportunidad de decidir si yo quería mantenerlas con él, me había dejado perplejo. Era más una sensación de sorpresa que de violación o aversión. Podía ser que, a mi juicio, superara un nivel indefinido de atractivo, sumándose a ello que hacía varios días que no tenia sexo ni me masturbaba.
Observé el modo en que flexionaba el brazo mientras se tocaba el pene, curvado ligeramente hacia arriba en la erección clásica. El mío era más recto, pues emergía de mi entrepierna en un ángulo completamente perpendicular. Me desplacé hasta arrodillarme en el asiento de la ventana y presionar mi verga contra el cristal para que mi nuevo amigo pudiera verlo mejor. El vidrio estaba tan frío que me obligó a apretar los testículos de forma involuntaria y a flexionar el músculo en la base del pene, empujándolo con más fuerza contra el cristal.
El pitido de la tetera se disparó, pero lo ignoré. Había cinco tazas de agua, así que tardaría un rato en hervir del todo y evaporarse.
Una gota de líquido seminal, blanca como un copo de nieve derretido, rezumó de mi pene. Contraje los músculos del trasero, frotando mi pene contra la ventana y dejando un pequeño rastro en el vidrio, al tiempo que el brazo de mi vecino aceleraba el ritmo de sus movimientos. Me pregunté si habría alguien más que nos estuviera viendo, y qué pensaría, aunque, en realidad, me daba igual absorto en el momento. Volví a sentarme sobre mis talones, mirando a mi vecino al otro lado del callejón, y me cogí la verga otra vez. Su pene y su mano se habían convertido en una imagen borrosa mientras se masturbaba tratando de correrse, y yo también empecé a mover el brazo con más rapidez, apretando la mano mientras la deslizaba a lo largo de mi miembro, y cogiéndome los huevos con la otra para ayudar alcanzar el final. Por un momento me sentí como un adolescente en uno de esos círculos infames de pajas en los que no había tenido la suerte de participar cuando era pequeño. Había nacido demasiado tarde para cierto tipo de juegos como el de “la galleta pegajosa”, en el que todo el mundo eyaculaba en una galleta y el último en disparar tenía que comerse la masa pastosa. Sonreí para mí con ironía al pensar que la situación era una metáfora de lo que se había convertido el sexo seguro durante la epidemia: dos hombres haciéndose pajas separados por un callejón. De hecho, sentí que teníamos más intimidad, a pesar de la separación física, que con algunos de los hombres con los que me lo había hecho aquí en la Gran Manzana.
Mi vecino se inclinó repentinamente hacia delante, empañando el cristal con su aliento e impidiendo que pudiera seguir viendo sus rasgos con claridad. DE pronto, pude ver una segunda sombra más pequeña y más abajo; una serie de manchas blancas que juntas conformaban una especie de mancha de Rorschach con forma de paloma, antes de empezar a resbalar hacia el suelo.
Me esperó aún habiéndose corrido, un gesto que encontré conmovedor, especialmente teniendo en cuenta el anonimato y la distancia inherentes a nuestro encuentro. Permaneció junto a la ventana, pasando la mano por las manchas de semen como si tratara de hacerme un dibujo con el dedo, o acariciar mi cuerpo en la distancia, sustituyendo mi piel por el cristal, a modo de metonimia. Me apreté los huevos con fuerza, presionando ese músculo que los hace ascender, y aceleré el ritmo de la otra mano, ansioso por correrme para mi vecino. Y lo conseguí poco después. Apreté las nalgas mientras eyaculaba y arqueé la espalda para que el semen fuera a parar a mi pecho y no a los cristales o a los cojines.
Él sonrió mientras me corría, con el rostro iluminado, y cuando hube recuperado el aliento, le devolví la sonrisa. Entonces desapareció de la ventana, se supone que a limpiarla. Pasé los dedos por los grumos viscosos de semen colgaban del vello púbico o que se deslizaban hacia mi entrepierna, y pensé que yo también debía hacer lo mismo. Puse una mano para que las gotas de semen no cayeran al suelo, y con la otra me aparté la camisa de mi pecho pegajoso y me dirigí a la cocina. Apagué el fuego, me limpié con una servilleta y me arreglé la ropa.
Regresé al salón con una taza de té Red Zinger en la mano. Desde el umbral de la puerta sentí cómo mi cálido y cómodo asiento de la ventana me llamaba, y pensé en mi vecino recién conocido.
-Que interesante- dije en voz alta antes de detenerme y llevarme la taza a los labios. Esbocé una sonrisa y, todavía de pie en el umbral, miré por la ventana tomando un sorbo de té.
No volví a ver a mi vecino en unos cuantos días.
Al principio, cada vez que estaba en el salón, era consciente de su posible presencia. Pensaba que podía estar observándome desde su apartamento, incluso que podía estar esperando activamente a verme, como lo hacía yo a veces cuando, distraídamente, pasaba por delante de la ventana fingiendo comprobar el tiempo y echaba una ojeada a su departamento. Pensaba en él sobre todo cuando me sentaba junto a la ventana, cosa que hacía muy a menudo en esos días fríos que se acortaban y esas noches que se alargaban. Pero si me había mirado, yo jamás me había dado cuenta. Nuestros horarios no estaban sincronizados, a excepción de ese breve momento de, sí, de sexo, de intimidad que habíamos compartido a pesar del abismo que nos separaba, tanto del espacio físico entre edificios como el anonimato emocional que envolvía a la ciudad de Nueva York.
Me intrigaba, y no sólo porque fuera atractivo y relativamente conveniente. Era tan inusual encontrar a una persona que admitiera el voyeurismo que todos practicábamos. Como Nueva York es una isla, y no puede extenderse hacia los lados, lo que hacemos es construir hacia arriba. Los edificios se hacinan los unos sobre los otros y, como es natural, a veces podemos ver lo que sucede en el apartamento del vecino, aunque una de las reglas tácitas de Nueva York es no reconocerlo jamás. ¿Cómo se podría vivir con tranquilidad siempre consciente de la vigilancia constante de los vecinos? Desde nuestro encuentro, yo me encontraba en esa situación, aunque en este caso a mí no me agobiaba, de hecho, anhelaba que se repitiera.
La insólita nevada empezó a derretirse a principios de diciembre. A veces, al regresar a casa caminando por las calles repletas de gente que compraba regalos de Navidad, me cruzaba con algún hombre atractivo que se volvía a mirarme. Entonces nos deteníamos frente al escaparate, fingiendo interés por algo, y entablábamos una conversación. Yo siempre intentaba que fuéramos a su casa, consciente de mi vecino, seguro de que aunque yo no le viera, él estaría allí, tan obsesionado por mi vida privada como yo por la suya. Pensé que se pondría celoso si me veía con otro hombre, y entonces me di cuneta de que sus celos podrían ser la forma de que se sintiera atraído hacia la ventana de nuevo.
Al siguiente chico que conocí y que hizo que se me pusiera dura al pensar en lo que podíamos hacer juntos, lo desnudé en el salón y le hice un blowjob en el asiento de la ventana. Estaba tan obsesionado con que no aparecía mi vecino al otro lado del callejón, que no podía disfrutar de su cuerpo. Al cabo de un rato, nos trasladamos al dormitorio para así poder concentrarme en el sexo, bastante satisfactorio por cierto, que mantenía con el hombre que tenía a mano, y dejar de pensar en el posible sexo con el chico que me obsesionaba.
La segunda vez que vi a al misterioso vecino, fue el 11 de diciembre. Llegué a casa tarde después de la fiesta de Navidad del trabajo. Me senté en el asiento de la ventana para leer el correo, como hacía habitualmente, cuando descubrí una postal de Navidad de una persona cuyo apellido y dirección no conocía. Era de alguien de la ciudad, e iba dirigida a mí, pero no tenía ni idea de quién podía ser. La postal era un paisaje invernal de gente patinando sobre hielo con una frase impresa que rezaba “Felices Fiestas”. La firmaba un tal Jjong. Volví a mirar el remitente, intentando hacer memoria de quién podía ser Kim JongHyun, cuando, de pronto, una fotografía que no había visto antes se cayó del sobre, y por fin supe de quién se trataba.
La foto era el desnudo de un chico al que me había ligado unos meses atrás, en una postura típica del porno, en la que se agarraba el pene cerca de la base para que pareciera más grande. No recordaba haberle dado mi dirección, pero como nos habíamos enrollado en mi departamento tras habernos conocido en un bar, seguramente había apuntado el número de mi apartamento y mi nombre al salir. Tampoco habíamos intercambiado nuestros teléfonos, pero ahora había apuntado el suyo en el dorso de la fotografía, por si cambiaba de opinión y quería repetir el encuentro. La foto no estaba mal y, por lo que recordaba, el sexo tampoco, pero imaginaba que debía ser un psicópata, y su forma de intentar volver a ponerse en contacto conmigo, a través de una postal navideña sin una nota adjunta, hizo que se me quitaran las ganas de volverlo a ver.
Tiré la postal pero guardé la foto. Me desabroché los pantalones, tocándomela hasta conseguir una erección. Me lo agarré por la base intentando imitar la pose pornográfica de Jjong.
-”¿Por qué intentamos adoptar posturas porno de una forma tan exagerada?”- me pregunté -”¿Es un deseo genuino de exhibicionismo o es que nos morimos de ganas de que nos deseen, cuantos más hombres mejor, e intentamos conseguir ese objetivo a través del exhibicionismo?”.
Miré por la ventana, pensando en mi vecino al que hacía tiempo que no veía. Lo que habíamos compartido a través del callejón había sido un momento de intimidad, aunque, de hecho, cualquier vecino podía haber estado observándonos fácilmente a través de su ventana; participantes no invitados al espectáculo de nuestra privacidad.
Ahora estaba allí de nuevo, observando como trataba de imitar la postura de JongHyun. Le sonreí, saludándole con el pene en un geste desmedido. Él me devolvió el saludo con el suyo. Se había bajado los pantalones hasta las rodillas, aunque todavía llevaba puesta una camisa de franela. Su miembro emergía de entre los faldones de la camisa como la palanca de una máquina tragaperras. Deseaba tirar de el una y otra vez como un adicto al juego que no cesa hasta conseguir el premio. Pero estaba demasiado lejos para alcanzarle, igual que el primer premio siempre elude al jugador, y es el sueño y la aspiración la que le hace volver día tras día con el deseo de alcanzarlo.
Pero, aunque jamás nos habíamos tocado o besado, ni nuestros cuerpos se habían penetrado, en cierto modo yo ya “tenía” a mi vecino misterioso, ya me “poseía”. Me casqué la polla con fuerza, mirándolo, disfrutando nuestra mutua masturbación, gozando la curiosa conexión que habíamos establecido a través de la división que nos separaba.
-”Esto solo ocurre en Nueva York”- pensé, aunque también sucede en otros lugares. Pero la relación que había entre nosotros parecía definir la naturaleza absurda de la vida en Nueva York, una ciudad en la que este tipo de interacciones era más o menos habitual.
Esta vez me corrí primero yo, chorros de esperma salpicaron los cristales y cayeron sobre el cojín. Lo lavaría luego, pensé por un instante, flexionando el brazo una y otra vez para expulsar las últimas gotas; por nada del mundo deseaba detenerme ahora. No dejé de mirar a mi vecino mientras me corría, y él me devolvió la sonrisa. Sentí que me prestaba toda su atención, que no pensaba en lo que haría para cenar o en la factura de electricidad que tenía pendiente. Simplemente contemplaba mi cuerpo, gozaba del sexo desde el otro edificio y disfrutaba de las sensaciones que le provocaba su propia masturbación y fantasías.
Cuando mi cuerpo dejó de temblar, me incliné hacia delante y planté un beso en el cristal de la ventana dejando la marca de mis labios. Miré a mi vecino, todavía masturbándose; no tenía ninguna prisa por que se corriera. Temía que si lo hacía, no volvería a verle aún viviendo tan cerca. Eso, también, era muy de Nueva York; había gente en mi edificio a la que jamás había visto en los tres años que llevaba viviendo en él. Estudié su cuerpo, su forma de moverse, la manera en la que se masturbaba. Se inclinó, sacando la lengua y moviéndola como si quisiera chuparse el pene. Yo también quería tragármelo. Dejó caer un poco de saliva en la cabeza de su miembro y la utilizó para lubricárselo.
Se corrió enseguida con la lubricación, y me apunté el dato para futuras referencias mientras continuaba observándolo. Luego se llevó los dedos a los labios, lamió el esperma que los impregnaba y se chupó el índice como si se tratara de un dulce. Como si se tratara de mi “dulce”. Nos miramos fijamente. Volvió a cogérsela y la movió a modo de despedida, antes de desaparecer en el interior de su lejana habitación.
Yo permanecí en la ventana mirando al otro lado de la callejuela, disfrutando del calor que emanaba el radiador y de la sensación de bienestar que me había dejado el orgasmo. Pensé en los dos encuentros que había tenido con mi vecino y me pregunté cuánto tardaría en recibir la siguiente felicitación de Navidad.
Mi buzón siguió vació durante días y empecé a ponerme nervioso, aunque la verdad es que no suelo recibir muchas postales de Navidad. Paso bastante del tema, siempre he pensado que son una lata todas esas postales obligadas de tus clientes y demás, pero ahora estaba desesperado por recibir una. Los días se sucedían con rapidez, pronto llegaría el día de Navidad, ¿y si no volvía a ver a mi amigo hasta pasadas las fiestas? Parecía que únicamente establecíamos esa conexión mágica cuando recibía una postal de Navidad de un antiguo amante o ligue. Eché un vistazo a la hilera de postales que había colocado alrededor del asiento de la ventana; formaban una especie de calendario Adviento que señalaba los días/ encuentros que habíamos tenido.
Me consolé con el hecho de que yo no había enviado las mías todavía, y esperé que hubiera gente que como yo, esperaba hasta el último momento para enviarlas, y cuyas postales no llegarían hasta después de las fiestas. También deseé que hubiera postales en camino, retrasadas por el aumento repentino de correo.
¿Qué ocurriría cuando dejara de recibir postales de Navidad?¿Volveríamos a conectar alguna vez?¿Existiría la misma tensión sexual en persona?¿O quizá la distancia daba un encanto especial a nuestra relación, como la seguridad que da masturbarse con la foto de tu jefe en la intimidad de tu casa, fantaseando con él de un modo que jamás hubieras imaginado estando delante de él, pareciendo tan poco atractivo en carne y hueso?
Por fin, la tarde de Nochebuena encontré una postal en el buzón al llegar a casa. No sabía de quien era pues no llevaba remitente, pero no importaba. De pie frente a los buzones, noté que mis pantalones se ajustaban a mi entrepierna previendo lo que ocurriría cuando subiera y la abriera. Mi libido estaba muy bien entrenada para producir esta respuesta pavloviana.
Esperé distraídamente a que el ascensor llegara, obligado a conversar con la irlandesa, madre de tres hijos, que vivía dos pisos por debajo del mío, que no paraba de comentar lo emocionada que estaba porque su hermano había venido a visitarlos por Navidad, y otras fatuidades. De nuevo a solas en el ascensor, después de haber despedido a la vecina en el cuarto piso, respiré aliviado y me apoyé en la pared panelada imitación a madera, presionándome la entrepierna con la mano y reajustándome los pantalones.
La felicitación iba dirigida a mí con la abreviatura “Sr. Kim” y el matasellos era de la ciudad; no tenía ni idea de quién podía habérmela enviado.
Lo dejé todo en el sofá nada más entrar y me precipité hacia la ventana, rasgando el sobte por el camino. La postal mostraba un paisaje de volcán nevado y unas cuantas chozas rusticas en el horizonte. La abrí. Estaba en blanco, sin ninguna frase impresa, sólo una nota escrita a mano del remitente que decía:
Hola, me llamo MinHo.
Vivo al otro lado del callejón. Miré tu apellido en el portero automático, deduje cuál era tu departamento. ¡Espero haber acertado! Me gusta lo que ocurre cuando recibes una postal. Si quieres que ocurra conmigo en vivo, llámame cuando quieras.
Firmaba la felicitación con su número de teléfono. Me acaricié la enorme protuberancia que emergía dentro del pantalón y alcé la vista. En la ventana al otro lado de la callejuela estaba mi vecino, MinHo, observándome sonriente. Le devolví la sonrisa, coloqué su postal en la repisa de la ventana y me levanté en busca del teléfono...
Sin embargo, mientras esperaba el ascensor, me extrañó descubrir en el buzón la primera postal de Navidad del año. Sé que tradicionalmente la campaña comercial navideña empieza el día siguiente a la fiesta de Acción de Gracias, pero esta felicitación había llegado con mucha antelación. Se me pasó por la cabeza la idea de esperar varias semanas antes de abrirla, pero nunca he sido bueno en retrasar las cosas agradables. Cuando era pequeño, solía escabullirme en el salón cuando nadie me veía para coger los regalos colocados debajo del árbol y sacudirlos, tratando de adivinar lo que contenían. Sabía que mis padres me castigarían si los abría antes del día de Navidad.
De todos modos, podía subir a casa y calentarme un poco antes de abrir la postal; ya sabía por el matasellos que era de Siwon. Sacudí con fuerza las botas en el felpudo de la puerta del apartamento, y me las quité para no llenarlo todo de nieve. Me saqué el gorro, los guantes, la bufanda, la chaqueta y uno de los dos jerséis que llevaba, y puse una tetera de agua a hervir. Eché una ojeada al calendario que colgaba en la nevera, con una fotografía muy mona de unos gatitos dentro de un cesto de palma, y confirmé que verdaderamente estábamos a 29 de noviembre, demasiado pronto para recibir postales de Navidad.
Cogí el correo y me senté en el asiento almohadillado que había construido yo mismo bajo la ventana y sobre el radiador, y del que emanaba un calor delicioso. Había un catálogo de J. Crew, una factura de la tarjeta de débito, y dos sobres distintos llenos de cupones de establecimientos locales. Abrí los dos últimos, esperando encontrar un cupón para mi tienda de carnicería preferida o cualquier otra cosa que me llamara la atención, como la estética.
Luego abrí la tarjeta de Navidad de Siwon. Contenía una corona de flores en relieve con una frase impresa que rezaba: “Con los mejores deseos de prosperidad para estas Fiestas”. Siwon había escrito mi nombre arriba y había firmado al pie de esa frase típica. Eso era todo.
No entendía muy bien por qué la gente se molestaba en enviar felicitaciones que decían tan poco. Dos dolares por la tarjeta, 33 centavos por el sello, para no decir absolutamente nada excepto, tal vez, “recuerda que aún estoy vivo”.
Siwon es un chico con el que tuve un rollo hace tres años en Montana, en un viaje de trabajo, en uno de esos centros de convenciones tan perdidos en el mapa que los precios son de risa, y adonde todas las empresas de segunda organizan sus reuniones comerciales. Siwon era el típico extranjero que se venía a los Estados Unidos a cumplir su sueño dorado. El sexo con el había sido delicioso en un sentido puramente físico, cuando dos cuerpos se excitan al unísono y se acoplan como por arte de magia. Tenía una de esas vergas que se inclinan de forma curiosa incluso estando dura, y por ello había estado seguro de que le costaría encontrar una posición en la que estuviera cómodo mientras me follaba. Pero quizá conozco mi interior peor de lo que pensaba porque, hiciéramos lo que hiciésemos; y probamos infinidad de cosas esa noche; fue estupendo.
Siwon era sensible, dulce y cariñoso, aunque no teníamos nada de qué hablar cuando no follábamos. Le había dado mi dirección en Nueva York para que me llamara si venía de visita, más que dispuesto a pasar otra noche de placer con él si surgía la oportunidad. No me podía imaginar saliendo con él con regularidad. Y tampoco deseaba mantener una relación a distancia con él pues siempre son agotadoras y difíciles en el mejor de los casos. Pero estaría encantado de volver a echarle un polvo.
Arrojé la postal de Siwon en el montón de correo para tirar y me pregunté si vendría a Neva York algún día. Era obvio que se acordaba de mí lo suficiente como para enviarme felicitación de Navidad, por muy sosa que ésta fuera. Pensé en su pene y cómo me había sentido con el en la boca mientras esperaba que se pusiera dura por tercera vez esa noche.
Me desabroché los vaqueros y me saqué la polla pensando en Siwon y en el sexo que habíamos tenido. No tardé mucho en tener una erección completa. Volví a recordar la divertida inclinación de su pene mientras me acariciaba el mío, e intenté torcermelo imitando el de él. No funcionó y rápidamente desistí, iniciando mi ritmo de masturbación habitual, apretando con fuerza toda la longitud de mi verga y deteniéndome de vez en cuando cerca del glande para frotarme la sensible piel del frenillo.
Eché una ojeada por la ventana a los enormes copos de nieve que caían del cielo y me di cuenta de que el vecino al otro lado de la calle estaba contemplando como me masturbaba. Y no sólo me miraba, sino que también se había sacado la verga y se estaba masturbando al mismo ritmo que yo.
Es bastante chocante descubrir que estás manteniendo una relación sexual con una persona cuando ni siquiera sabes que estás acompañado. Y aunque no era lo que tradicionalmente se entiende por sexo, yo lo sentía así, aún estando en apartamentos distintos separados por un callejón que se estaba cubriendo de nieve lentamente.
No sabía muy bien qué hacer, así que no hice nada. Continué masturbándome, y él continuó masturbándose, y nos observamos mutuamente. Tenía un cuerpo bonito, por lo que podía ver a través de la tormenta y en la distancia. Estaba completamente desnudo, a diferencia de mí, que seguía vestido, exponiendo únicamente la entrepierna. Hice una pausa en la masturbación para desprenderme del otro pantalón y quitarme la playera.
El cuerpo de mi vecino era diferente al cuerpo de Siwon, con el que acababa de fantasear. Mi vecino tenía unos músculos elegantes, con una preciosa definición en los abductores y especialmente en los abdominales. Poseía una piel tostada, sus ojos un mar de chocolate, su cabello ondulado hermosamente desvanecido en el aire, y una fina linea de bellos oscuros debajo del ombligo.
Traté de imaginarme si era uno de esos tipos que te encuentras por la calle y te paras a ligártelo, o si, por el contrario, era uno de esos encuentros como los que tienes en el sauna, cuando vas caliente y te lías con el más atractivo de los chicos que tienes delante, a menudo disfrutándolo, aunque sabiendo que, en condiciones normales, no se te ocurriría jamás enrollarte con él. A veces, en un sauna filandesa, los atributos que no son obvios en el mundo “educado” de los gestos sociales y de las vestiduras, demuestran ser bastante tentadores cuando están a mano, con la mirada confundida por las nubes de vapor o la falta de luz.
No podía decidirme. La rapidez de los hechos me había superado. Este extraño que mantenía relaciones sexuales conmigo sin tan siquiera haberme dado la oportunidad de decidir si yo quería mantenerlas con él, me había dejado perplejo. Era más una sensación de sorpresa que de violación o aversión. Podía ser que, a mi juicio, superara un nivel indefinido de atractivo, sumándose a ello que hacía varios días que no tenia sexo ni me masturbaba.
Observé el modo en que flexionaba el brazo mientras se tocaba el pene, curvado ligeramente hacia arriba en la erección clásica. El mío era más recto, pues emergía de mi entrepierna en un ángulo completamente perpendicular. Me desplacé hasta arrodillarme en el asiento de la ventana y presionar mi verga contra el cristal para que mi nuevo amigo pudiera verlo mejor. El vidrio estaba tan frío que me obligó a apretar los testículos de forma involuntaria y a flexionar el músculo en la base del pene, empujándolo con más fuerza contra el cristal.
El pitido de la tetera se disparó, pero lo ignoré. Había cinco tazas de agua, así que tardaría un rato en hervir del todo y evaporarse.
Una gota de líquido seminal, blanca como un copo de nieve derretido, rezumó de mi pene. Contraje los músculos del trasero, frotando mi pene contra la ventana y dejando un pequeño rastro en el vidrio, al tiempo que el brazo de mi vecino aceleraba el ritmo de sus movimientos. Me pregunté si habría alguien más que nos estuviera viendo, y qué pensaría, aunque, en realidad, me daba igual absorto en el momento. Volví a sentarme sobre mis talones, mirando a mi vecino al otro lado del callejón, y me cogí la verga otra vez. Su pene y su mano se habían convertido en una imagen borrosa mientras se masturbaba tratando de correrse, y yo también empecé a mover el brazo con más rapidez, apretando la mano mientras la deslizaba a lo largo de mi miembro, y cogiéndome los huevos con la otra para ayudar alcanzar el final. Por un momento me sentí como un adolescente en uno de esos círculos infames de pajas en los que no había tenido la suerte de participar cuando era pequeño. Había nacido demasiado tarde para cierto tipo de juegos como el de “la galleta pegajosa”, en el que todo el mundo eyaculaba en una galleta y el último en disparar tenía que comerse la masa pastosa. Sonreí para mí con ironía al pensar que la situación era una metáfora de lo que se había convertido el sexo seguro durante la epidemia: dos hombres haciéndose pajas separados por un callejón. De hecho, sentí que teníamos más intimidad, a pesar de la separación física, que con algunos de los hombres con los que me lo había hecho aquí en la Gran Manzana.
Mi vecino se inclinó repentinamente hacia delante, empañando el cristal con su aliento e impidiendo que pudiera seguir viendo sus rasgos con claridad. DE pronto, pude ver una segunda sombra más pequeña y más abajo; una serie de manchas blancas que juntas conformaban una especie de mancha de Rorschach con forma de paloma, antes de empezar a resbalar hacia el suelo.
Me esperó aún habiéndose corrido, un gesto que encontré conmovedor, especialmente teniendo en cuenta el anonimato y la distancia inherentes a nuestro encuentro. Permaneció junto a la ventana, pasando la mano por las manchas de semen como si tratara de hacerme un dibujo con el dedo, o acariciar mi cuerpo en la distancia, sustituyendo mi piel por el cristal, a modo de metonimia. Me apreté los huevos con fuerza, presionando ese músculo que los hace ascender, y aceleré el ritmo de la otra mano, ansioso por correrme para mi vecino. Y lo conseguí poco después. Apreté las nalgas mientras eyaculaba y arqueé la espalda para que el semen fuera a parar a mi pecho y no a los cristales o a los cojines.
Él sonrió mientras me corría, con el rostro iluminado, y cuando hube recuperado el aliento, le devolví la sonrisa. Entonces desapareció de la ventana, se supone que a limpiarla. Pasé los dedos por los grumos viscosos de semen colgaban del vello púbico o que se deslizaban hacia mi entrepierna, y pensé que yo también debía hacer lo mismo. Puse una mano para que las gotas de semen no cayeran al suelo, y con la otra me aparté la camisa de mi pecho pegajoso y me dirigí a la cocina. Apagué el fuego, me limpié con una servilleta y me arreglé la ropa.
Regresé al salón con una taza de té Red Zinger en la mano. Desde el umbral de la puerta sentí cómo mi cálido y cómodo asiento de la ventana me llamaba, y pensé en mi vecino recién conocido.
-Que interesante- dije en voz alta antes de detenerme y llevarme la taza a los labios. Esbocé una sonrisa y, todavía de pie en el umbral, miré por la ventana tomando un sorbo de té.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
No volví a ver a mi vecino en unos cuantos días.
Al principio, cada vez que estaba en el salón, era consciente de su posible presencia. Pensaba que podía estar observándome desde su apartamento, incluso que podía estar esperando activamente a verme, como lo hacía yo a veces cuando, distraídamente, pasaba por delante de la ventana fingiendo comprobar el tiempo y echaba una ojeada a su departamento. Pensaba en él sobre todo cuando me sentaba junto a la ventana, cosa que hacía muy a menudo en esos días fríos que se acortaban y esas noches que se alargaban. Pero si me había mirado, yo jamás me había dado cuenta. Nuestros horarios no estaban sincronizados, a excepción de ese breve momento de, sí, de sexo, de intimidad que habíamos compartido a pesar del abismo que nos separaba, tanto del espacio físico entre edificios como el anonimato emocional que envolvía a la ciudad de Nueva York.
Me intrigaba, y no sólo porque fuera atractivo y relativamente conveniente. Era tan inusual encontrar a una persona que admitiera el voyeurismo que todos practicábamos. Como Nueva York es una isla, y no puede extenderse hacia los lados, lo que hacemos es construir hacia arriba. Los edificios se hacinan los unos sobre los otros y, como es natural, a veces podemos ver lo que sucede en el apartamento del vecino, aunque una de las reglas tácitas de Nueva York es no reconocerlo jamás. ¿Cómo se podría vivir con tranquilidad siempre consciente de la vigilancia constante de los vecinos? Desde nuestro encuentro, yo me encontraba en esa situación, aunque en este caso a mí no me agobiaba, de hecho, anhelaba que se repitiera.
La insólita nevada empezó a derretirse a principios de diciembre. A veces, al regresar a casa caminando por las calles repletas de gente que compraba regalos de Navidad, me cruzaba con algún hombre atractivo que se volvía a mirarme. Entonces nos deteníamos frente al escaparate, fingiendo interés por algo, y entablábamos una conversación. Yo siempre intentaba que fuéramos a su casa, consciente de mi vecino, seguro de que aunque yo no le viera, él estaría allí, tan obsesionado por mi vida privada como yo por la suya. Pensé que se pondría celoso si me veía con otro hombre, y entonces me di cuneta de que sus celos podrían ser la forma de que se sintiera atraído hacia la ventana de nuevo.
Al siguiente chico que conocí y que hizo que se me pusiera dura al pensar en lo que podíamos hacer juntos, lo desnudé en el salón y le hice un blowjob en el asiento de la ventana. Estaba tan obsesionado con que no aparecía mi vecino al otro lado del callejón, que no podía disfrutar de su cuerpo. Al cabo de un rato, nos trasladamos al dormitorio para así poder concentrarme en el sexo, bastante satisfactorio por cierto, que mantenía con el hombre que tenía a mano, y dejar de pensar en el posible sexo con el chico que me obsesionaba.
La segunda vez que vi a al misterioso vecino, fue el 11 de diciembre. Llegué a casa tarde después de la fiesta de Navidad del trabajo. Me senté en el asiento de la ventana para leer el correo, como hacía habitualmente, cuando descubrí una postal de Navidad de una persona cuyo apellido y dirección no conocía. Era de alguien de la ciudad, e iba dirigida a mí, pero no tenía ni idea de quién podía ser. La postal era un paisaje invernal de gente patinando sobre hielo con una frase impresa que rezaba “Felices Fiestas”. La firmaba un tal Jjong. Volví a mirar el remitente, intentando hacer memoria de quién podía ser Kim JongHyun, cuando, de pronto, una fotografía que no había visto antes se cayó del sobre, y por fin supe de quién se trataba.
La foto era el desnudo de un chico al que me había ligado unos meses atrás, en una postura típica del porno, en la que se agarraba el pene cerca de la base para que pareciera más grande. No recordaba haberle dado mi dirección, pero como nos habíamos enrollado en mi departamento tras habernos conocido en un bar, seguramente había apuntado el número de mi apartamento y mi nombre al salir. Tampoco habíamos intercambiado nuestros teléfonos, pero ahora había apuntado el suyo en el dorso de la fotografía, por si cambiaba de opinión y quería repetir el encuentro. La foto no estaba mal y, por lo que recordaba, el sexo tampoco, pero imaginaba que debía ser un psicópata, y su forma de intentar volver a ponerse en contacto conmigo, a través de una postal navideña sin una nota adjunta, hizo que se me quitaran las ganas de volverlo a ver.
Tiré la postal pero guardé la foto. Me desabroché los pantalones, tocándomela hasta conseguir una erección. Me lo agarré por la base intentando imitar la pose pornográfica de Jjong.
-”¿Por qué intentamos adoptar posturas porno de una forma tan exagerada?”- me pregunté -”¿Es un deseo genuino de exhibicionismo o es que nos morimos de ganas de que nos deseen, cuantos más hombres mejor, e intentamos conseguir ese objetivo a través del exhibicionismo?”.
Miré por la ventana, pensando en mi vecino al que hacía tiempo que no veía. Lo que habíamos compartido a través del callejón había sido un momento de intimidad, aunque, de hecho, cualquier vecino podía haber estado observándonos fácilmente a través de su ventana; participantes no invitados al espectáculo de nuestra privacidad.
Ahora estaba allí de nuevo, observando como trataba de imitar la postura de JongHyun. Le sonreí, saludándole con el pene en un geste desmedido. Él me devolvió el saludo con el suyo. Se había bajado los pantalones hasta las rodillas, aunque todavía llevaba puesta una camisa de franela. Su miembro emergía de entre los faldones de la camisa como la palanca de una máquina tragaperras. Deseaba tirar de el una y otra vez como un adicto al juego que no cesa hasta conseguir el premio. Pero estaba demasiado lejos para alcanzarle, igual que el primer premio siempre elude al jugador, y es el sueño y la aspiración la que le hace volver día tras día con el deseo de alcanzarlo.
Pero, aunque jamás nos habíamos tocado o besado, ni nuestros cuerpos se habían penetrado, en cierto modo yo ya “tenía” a mi vecino misterioso, ya me “poseía”. Me casqué la polla con fuerza, mirándolo, disfrutando nuestra mutua masturbación, gozando la curiosa conexión que habíamos establecido a través de la división que nos separaba.
-”Esto solo ocurre en Nueva York”- pensé, aunque también sucede en otros lugares. Pero la relación que había entre nosotros parecía definir la naturaleza absurda de la vida en Nueva York, una ciudad en la que este tipo de interacciones era más o menos habitual.
Esta vez me corrí primero yo, chorros de esperma salpicaron los cristales y cayeron sobre el cojín. Lo lavaría luego, pensé por un instante, flexionando el brazo una y otra vez para expulsar las últimas gotas; por nada del mundo deseaba detenerme ahora. No dejé de mirar a mi vecino mientras me corría, y él me devolvió la sonrisa. Sentí que me prestaba toda su atención, que no pensaba en lo que haría para cenar o en la factura de electricidad que tenía pendiente. Simplemente contemplaba mi cuerpo, gozaba del sexo desde el otro edificio y disfrutaba de las sensaciones que le provocaba su propia masturbación y fantasías.
Cuando mi cuerpo dejó de temblar, me incliné hacia delante y planté un beso en el cristal de la ventana dejando la marca de mis labios. Miré a mi vecino, todavía masturbándose; no tenía ninguna prisa por que se corriera. Temía que si lo hacía, no volvería a verle aún viviendo tan cerca. Eso, también, era muy de Nueva York; había gente en mi edificio a la que jamás había visto en los tres años que llevaba viviendo en él. Estudié su cuerpo, su forma de moverse, la manera en la que se masturbaba. Se inclinó, sacando la lengua y moviéndola como si quisiera chuparse el pene. Yo también quería tragármelo. Dejó caer un poco de saliva en la cabeza de su miembro y la utilizó para lubricárselo.
Se corrió enseguida con la lubricación, y me apunté el dato para futuras referencias mientras continuaba observándolo. Luego se llevó los dedos a los labios, lamió el esperma que los impregnaba y se chupó el índice como si se tratara de un dulce. Como si se tratara de mi “dulce”. Nos miramos fijamente. Volvió a cogérsela y la movió a modo de despedida, antes de desaparecer en el interior de su lejana habitación.
Yo permanecí en la ventana mirando al otro lado de la callejuela, disfrutando del calor que emanaba el radiador y de la sensación de bienestar que me había dejado el orgasmo. Pensé en los dos encuentros que había tenido con mi vecino y me pregunté cuánto tardaría en recibir la siguiente felicitación de Navidad.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
Mi buzón siguió vació durante días y empecé a ponerme nervioso, aunque la verdad es que no suelo recibir muchas postales de Navidad. Paso bastante del tema, siempre he pensado que son una lata todas esas postales obligadas de tus clientes y demás, pero ahora estaba desesperado por recibir una. Los días se sucedían con rapidez, pronto llegaría el día de Navidad, ¿y si no volvía a ver a mi amigo hasta pasadas las fiestas? Parecía que únicamente establecíamos esa conexión mágica cuando recibía una postal de Navidad de un antiguo amante o ligue. Eché un vistazo a la hilera de postales que había colocado alrededor del asiento de la ventana; formaban una especie de calendario Adviento que señalaba los días/ encuentros que habíamos tenido.
Me consolé con el hecho de que yo no había enviado las mías todavía, y esperé que hubiera gente que como yo, esperaba hasta el último momento para enviarlas, y cuyas postales no llegarían hasta después de las fiestas. También deseé que hubiera postales en camino, retrasadas por el aumento repentino de correo.
¿Qué ocurriría cuando dejara de recibir postales de Navidad?¿Volveríamos a conectar alguna vez?¿Existiría la misma tensión sexual en persona?¿O quizá la distancia daba un encanto especial a nuestra relación, como la seguridad que da masturbarse con la foto de tu jefe en la intimidad de tu casa, fantaseando con él de un modo que jamás hubieras imaginado estando delante de él, pareciendo tan poco atractivo en carne y hueso?
Por fin, la tarde de Nochebuena encontré una postal en el buzón al llegar a casa. No sabía de quien era pues no llevaba remitente, pero no importaba. De pie frente a los buzones, noté que mis pantalones se ajustaban a mi entrepierna previendo lo que ocurriría cuando subiera y la abriera. Mi libido estaba muy bien entrenada para producir esta respuesta pavloviana.
Esperé distraídamente a que el ascensor llegara, obligado a conversar con la irlandesa, madre de tres hijos, que vivía dos pisos por debajo del mío, que no paraba de comentar lo emocionada que estaba porque su hermano había venido a visitarlos por Navidad, y otras fatuidades. De nuevo a solas en el ascensor, después de haber despedido a la vecina en el cuarto piso, respiré aliviado y me apoyé en la pared panelada imitación a madera, presionándome la entrepierna con la mano y reajustándome los pantalones.
La felicitación iba dirigida a mí con la abreviatura “Sr. Kim” y el matasellos era de la ciudad; no tenía ni idea de quién podía habérmela enviado.
Lo dejé todo en el sofá nada más entrar y me precipité hacia la ventana, rasgando el sobte por el camino. La postal mostraba un paisaje de volcán nevado y unas cuantas chozas rusticas en el horizonte. La abrí. Estaba en blanco, sin ninguna frase impresa, sólo una nota escrita a mano del remitente que decía:
Hola, me llamo MinHo.
Vivo al otro lado del callejón. Miré tu apellido en el portero automático, deduje cuál era tu departamento. ¡Espero haber acertado! Me gusta lo que ocurre cuando recibes una postal. Si quieres que ocurra conmigo en vivo, llámame cuando quieras.
Firmaba la felicitación con su número de teléfono. Me acaricié la enorme protuberancia que emergía dentro del pantalón y alcé la vista. En la ventana al otro lado de la callejuela estaba mi vecino, MinHo, observándome sonriente. Le devolví la sonrisa, coloqué su postal en la repisa de la ventana y me levanté en busca del teléfono...
THE END
Última edición por Mikka el Miér Abr 10, 2013 1:41 pm, editado 1 vez
Lunort
SHINee
257
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
waaaa esta genial, por que lo dejas hay, por que.
yo pido segunda parte porfavor di que siiiii, siii *hace ojitos*
la historia esta genial, me gusto el concepto del sexo "lejano"jajja por asi llamarlo.
Creo que Key no era el único que deseaba al final recibir una postal, de seguro esas vistas son preciosas.
me gusta como escribes, gracias por tan grandioso shot, conti conti contii
cuidate
bye bye
yo pido segunda parte porfavor di que siiiii, siii *hace ojitos*
la historia esta genial, me gusto el concepto del sexo "lejano"jajja por asi llamarlo.
Creo que Key no era el único que deseaba al final recibir una postal, de seguro esas vistas son preciosas.
me gusta como escribes, gracias por tan grandioso shot, conti conti contii
cuidate
bye bye
Noreri94
minho
1304
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
me gusto como escriste este jajaja eatoy de acuerdo con
noreri94 segunda parte wiii.. por fis
Última edición por shineebrillosita el Jue Feb 23, 2012 11:50 pm, editado 1 vez
shineebrillosita
♥TAEMIN♥
1560
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
asdasdasd *¬*
me encanto ¡¡ (aun que me hubiera gustado que siguieras eso *-* :okya: xD) :HI:
me encanto ¡¡ (aun que me hubiera gustado que siguieras eso *-* :okya: xD) :HI:
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
asjdhfhdsjfd *O*
Es de las cosas más sexys que he leido aqui sin que los dos principales se toquen siquiera
Por dios esto fue tan erotico!! en serio tan erotico, dios! tu si sabes usar las palabras, digo no hay sexo explicito como tal solo jeugas con la imaginacion es perfecto!!
ME ENCANTO! no se que más decir tan erotico, sexy, perfecto *¬*
Es de las cosas más sexys que he leido aqui sin que los dos principales se toquen siquiera
Por dios esto fue tan erotico!! en serio tan erotico, dios! tu si sabes usar las palabras, digo no hay sexo explicito como tal solo jeugas con la imaginacion es perfecto!!
ME ENCANTO! no se que más decir tan erotico, sexy, perfecto *¬*
mondrisT
KEY
491
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
OMO!! *___*!!
Minkey in New York ♥
ahh me encanto ahh esto deberia ser un two-shot xD!♥
te quedo hermoso
Minkey in New York ♥
ahh me encanto ahh esto deberia ser un two-shot xD!♥
te quedo hermoso
freyashirou
Minho
357
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
*¬*!
Me encantó!!!
Sucios, cochinos, haciendo cosas a la vista de todos xD
Minho al final puedo decir que actuó como un caballero con la postal? No intento nada que pudiera perjudicarlos y Key urgido jajaja
Me gustó, que lastima que sólo fuera un One Shot quería continuación u.u. Tengo que imaginarme lo que pasó después? T^T
Bye~
Me encantó!!!
Sucios, cochinos, haciendo cosas a la vista de todos xD
Minho al final puedo decir que actuó como un caballero con la postal? No intento nada que pudiera perjudicarlos y Key urgido jajaja
Me gustó, que lastima que sólo fuera un One Shot quería continuación u.u. Tengo que imaginarme lo que pasó después? T^T
Bye~
lovehit6
Todos
179
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
Wow me super encanto y opino igual que las otras unnies que tenga conti conti por fis
lizzie
minho y key y mi yeobo fanny ♥ !!!!
577
Re: Mi vecino [MinKey]{One-shot}
Me encanto este ya lo habia leido en amor yaoi estan genial es una escritura parece de libro eres muy buena escribiendo el concepto de voyerismo, el inhibismo que muestran las personas pero sobre todo este imaginar a Key y Minho practicandolo, y como me quede esa vez con ganas de mas siempre he dicho el encanto o uno de ellos es el como solo pasa esto siento como que si pusieras el lemos de minkey es como ponerle brazos a la venus de milo, , aun asi es bello imaginarse lo que pasara despues de esa llamada, gracias por el fic!
JOAN HINA
ஜKeybum ♥
2327
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