Habían pasado tres años desde la primera vez que lo vi. Me había mudado a un bonito edificio departamental lo suficientemente cerca de mi nuevo trabajo. Él era mi vecino, el más amable, divertido, sonriente y torpe que pude haber tenido en toda mi vida. Mi primer encuentro con él lo tuve en el elevador, se me hacía tarde para el trabajo, así que subí y presioné el botón de planta baja como loco, las puertas se estaban cerrando cuando de repente, él gritó desde de el pasillo. Me sorprendí un poco pero luego reaccioné poniendo la mano para evitar que se cerrara.

- Muchas gracias – se acercó jadeante, apoyando el brazo sobre el marco, tratando de regular su respiración. Le sonreí y me hice a un lado para que pasara. Él esperó un poco para hacerlo y cuando daba el primer paso hacia el interior, se tropezó cayendo de rodillas al suelo.

Me apresuré para auxiliarlo - ¿Estás bien? – pregunté sosteniéndolo por los hombros, él me miró completamente apenado, sus mejillas se habían teñido de un adorable color rojo

- S-si – se paró apurado sacudiéndose el traje – Muchas gracias, por cierto soy Jinki, tu vecino – me ofreció la mano al terminar de presentarse. Yo la tomé gustoso antes de que el elevador se pusiera en marcha

- Choi Minho. Pero… ¿Cómo sabes que soy tu vecino?

- Ah eso es fácil – contestó rompiendo el contacto de nuestras manos – el único departamento vacío en el edificio era el que estaba junto al mío

- Oh ya veo – llegamos al lobby y él bajó primero

- Bueno, nos vemos después Minho – se despidió caminando lentamente hacia atrás – por cierto, puedes llamarme Onew

Estaba a punto de contestarle cuando noté que si seguía caminando así, iba a chocar con un empleado de limpieza

- ¡Cuidado Onew! – grité tratando de evitarlo pero fue demasiado tarde, Onew ya había tropezado con él y ahora se encontraban los dos en el suelo. Sip, definitivamente era alguien adorablemente torpe.

Los días siguieron pasando, nos hicimos muy amigos, había veces en las que él llegaba a dormir a mi departamento porque en el suyo no había luz. La verdad no entendía como a una persona podía olvidarse de pagarla, pero cuando conocí a Onew, supe que en esta vida todo era posible.

El año se había pasado tan rápido, Onew y yo éramos cada vez más cercanos que me asustaba. Su cercanía me gustaba cada vez más, cuando me sonreía se aceleraba mi corazón y sus abrazos le hacían daño a mi cuerpo, siempre dejaban en mi unas increíbles ganas de mantenerlo así por más tiempo. No tardé en entender lo que sucedía conmigo, pasábamos tanto tiempo juntos que no pude evitar enamorarme de él

Ya había decido a confesárselo pero antes de precipitarme y hacer una estupidez, tenía que averiguar si a él le gustaban los hombres como a mí.
Esa noche lo invité a mi casa, vimos unas cuantas películas para después terminar en el balcón bebiendo el vino que me había sobrado de la cena de navidad. Lo cual fue un gran error, porque Onew se había olvidado de decirme que no podía beber dos tragos sin terminar borracho.

Confieso que fue divertido verlo así pero esa alegría se me quitó por completo cuando empezó a llorar, yo me le acerqué tratando de consolarlo, pero él terminó por decirme que lloraba a causa de un amor no correspondido. Mi corazón se rompió en mil pedazos ese día y decidí no indagar más, iba a ser demasiado doloroso y no podría soportarlo.

Esa mañana desperté sin encontrar a Onew a mi lado, por lo que me obligué a levantarme para así dirigirme a la cocina, en donde ya podía olfatear un delicioso olor a comida

- Buenos días – saludé cuando lo encontré con una taza en sus manos

- ¡Oh! Ya despertaste – se paró en cuanto me vio para llegar hasta donde me encontraba – Siento mucho lo de anoche Minho

- No tienes porqué disculparte

- Claro que si – apretó los ojos, llevándose una mano a la sien – mm ¿Podrías hablar más bajo?, el dolor de cabeza me está matando – Yo reí ante sus gestos y asentí con la cabeza

- ¿Me invitas un café? – pregunté mientras me sentaba junto a la silla en la que él había estado

- ¡Claro! – lo observé dirigirse hacia la cafetera, sus movimientos eran lentos, lo más seguro era que la resaca que traía lo hiciera sentirse fatal

- Toma – dijo poniendo la taza frente a mi – dos cucharadas de azúcar como te gusta

- Gracias – tomé un trago de lo que me había traído sin quitarle la vista de encima, se veía tan hermos… escupí lo poco que había llegado a mi boca

Él me miró asustado - ¿Qué pasa? – no pude evitar soltar una carcajada al ver su rostro y darme cuenta de lo que había hecho

- Le pusiste sal en vez de azúcar

- ¡Oh! – rió tapándose la boca – Lo siento

Y en realidad no tenía nada que perdonarle, porque era la mejor mañana que había tenido en mi vida