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Miro las estrellas a través de mi ventana. ¿Dónde te encontrarás hoy?, ¿qué clase de pensamientos atormentarán tu mente o provocarán una sonrisa en esos labios a los que les hago el amor en mis sueños? No nos separan unos cuantos metros de indiferencia, sino todo un océano de creencias. Me convierto en mujer de poca fe cuando la realidad me susurra, regodeándose, que únicamente soy una de esas tantas estrellas que desesperadamente lanzan su luz, intentando captar tu atención.

Dime, ojos negros, ¿cómo puedo hacer para encontrar satisfacción en cada actividad que realizo buscando acercarme un paso más? Mantengo el mentón altivo fingiendo que esta travesía no me hiere los pies; a veces miento, intentando engañarme a mí misma, afirmando que únicamente te veo como una inspiración, un modelo, un ejemplo. Y el corazón me duele porque entonces pareciera que quiero acallarlo, negarlo y obligarle a que deje de suplicar por ti.

Espero… no, quiero… no, ¡anhelo! Poder saber cada una de las verdades que tus pecas ocultan, cada una de las historias de tus cicatrices, conocer el sabor de tu boca y la tesitura de tu lengua. Percatarme de la dirección en la que crece cada uno de tus cabellos y aprenderme cada una de las líneas de tu palma.

Deseo pasar por cada una de las etapas de la vida a tu lado. Quiero saber de buena tinta cómo es ser tu confidente, obtener tu confianza y que deposites en mí tus esperanzas, para entonces volverme la dueña de tu corazón; convertirme así en tu amante y descubrir mil formas de amarnos, con caricias, con palabras, con suaves roces, con entregas pasionales hasta el amanecer. Ser después quien te dé la dicha de la creación y que tu vida se vuelva más dulce mientras miras un rostro pequeño, unos ojos grandes y rasgados y unos pequeños labios que lleguen a nombrarte “papá”. Entonces, lo veremos crecer, teniéndolo a él como un nuevo pilastrón que sostenga nuestra felicidad. Poco a poco volvernos viejos y ver cómo el tiempo transcurre, cómo las cosas cambian, cómo la humanidad pierde y renueva su fe; mirar a la gente ir y venir, amarse y odiarse; ser testigos de cómo las calles cambian de colores y estructura, y de cómo el mundo continúa girando. Mientras que nosotros, por las noches, antes de dormir sigamos amándonos como la primera vez, igual de poderoso, igual de dichosos, con la misma entrega y el mismo amor imperturbable. Tú y yo, nosotros, nuestro amor sin extinguirse, quizás transformándose, pero nunca disminuyendo. Constante, palpitante, aterciopelado.

Dime, ojos negros, ¿qué consideras que es la felicidad? Escucharé atentamente cada una de las cosas que consideres que te mantendrán en la autorrealización, ¿salud, dinero, casa, familia, amor y superación? Probablemente no podría brindártelos en una bandeja de plata como me gustaría poder hacerlo, pero mi mente, alma y cuerpo trabajarían incansablemente hasta que tus ojos desprendiesen una luz radiante y multicolor que indicasen que no existe en la tierra alguien más dichoso.

Dime, ojos negros, ¿alguna vez haz esperado por un amor que sabes jamás se cumplirá?